jueves, 15 de marzo de 2012

EL CIRUJANO CLANDESTINO







Hamilton Naki, segundo cirujano de Christian Barnard, era un colega imprescindible para la celebridad que realizó el primer trasplante de un corazón humano. De hecho, Naki realizó la delicadísima operación de extraer el corazón de la donante y mantenerlo en condiciones hasta "instalarlo" en el pecho del receptor, el sudafricano Louis Washkanky. La habilidad de Naki como cirujano era excepcional, hasta el punto que el doctor Barnard se negaba a operar sin él. Pero Naki era negro. Y en la Sudáfrica de la época, ser negro era casi un delito.

¿Cómo podía haber llegado a prominente cirujano en un régimen donde las personas de raza negra tenían el acceso prohibido a todo? Hamilton había dejado la escuela a los catorce años, y había empezado a trabajar como jardinero en la Escuela de Medicina de Ciudad del Cabo. Allí, durante mucho tiempo, asistió y ayudó a cirujanos que practicaban trasplantes en perros y gatos, que muchas veces empezaba o acababa él mismo mientras los cirujanos se enzarzaban en discusiones acerca de las técnicas o los incidentes de la operación.

Un día Barnard, enterado de sus habilidades excepcionales y su gran experiencia, lo recabó para trabajar en su equipo. Pero, ah. Un negro sólo podía ser (oficialmente) un ayudante de laboratorio de visita en el quirófano. Además Naki no tenía título (ni podía tenerlo). Pero así funcionó durante mucho tiempo. Y cuando se hacían fotos en el quirófano, Naki era simplemente eliminado de ellas. Una vez se escapó una foto sin retocar y se publicó en una revista médica y se organizó un revuelo, hasta que la dirección del hospital declaró que se trataba de una persona del servicio de limpieza que casualmente se hallaba allí en aquel momento.

Se convirtió en un cirujano excepcional, trabajando siempre clandestinamente porque, según las leyes sudafricanas, estaba específicamente prohibido a las personas de raza negra operar o tocar la sangre de un blanco.

Todo esto no le importó. Siguió operando y dando lo mejor de sí a cambio de un sueldo ridículo. Como los negros, vivía en una cabaña de un gueto de la periferia de Cape Town sin electricidad ni agua caliente. Viviendo en la sombra y trabajando sin parar mientras su colega ganaba mucho dinero y triunfaba en todo el mundo y recibía honores y prebendas, Hamilton continuaba su labor oscura ayudando y salvando la vida de miles de personas, la mayoría pensando que era Christian Barnard quien había sido su salvador. Pero él siguió trabajando y dando clases de cirugía a los estudiantes blancos, durante casi cuarenta años, hasta que se jubiló con su pensión de jardinero de 275 dólares al mes.

Cuando terminó el apartheid le concedieron honoris causa el título de doctor en medicina. Murió en 2005 a la edad de 78 años.

Nunca reclamó por las injusticias de las que fue objeto durante toda su vida. Siempre dió lo mejor de sí desde la absoluta clandestinidad: una pasión por ayudar a vivir a los demás. Nunca se quejó. Dió todo a cambio de nada.

Así que nosotros, que profesamos admiración por los ganadores, le decimos a Hamilton: gracias por tu trabajo, campeón.


















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