viernes, 29 de marzo de 2013

CON QUÉ PENSAR









El pensamiento racional, generado al parecer a partir de una finísima pátina que envuelve el cuerpo general del cerebro, es muy limitado, porque sólo puede procesar el cinco por ciento de la información que recibe. Por ello pasa la mayor parte del tiempo seleccionando lo que le parece esencial de la enorme masa de información entrante, que trata de analizar prescindiendo de detalles. Porque el cerebro como un todo, a través de los instrumentos perceptivos que son los sentidos, recibe constantes lluvias de información que se procesan y almacenan en esta gran masa inconsciente, donde quedan archivadas y se computan tranquilamente para la toma de decisiones posteriores.

¿Dónde toma el cerebro humano las decisiones? En el inconsciente. Cómo los cerebros animales, en base a la información retenida esto es, la experiencia. Antes de que el consciente haya determinado racionalmente si tú me gustas o no, el inconsciente ya lo ha decretado. Me gustas. Mientras tanto, va llegando lentamente esta conclusión al pensamiento consciente. No sé... Creo que me gustas, Sí, me gustas. Me gustas mucho, estoy segur@, me encantas.

Así que, puesto que las decisiones las tomaría el inconsciente en base a la enormidad de datos de los que dispone (o experiencia), durante el periodo de tiempo que tarda el resultado en llegar al consciente -como unos seis o siete segundos-, tendríamos el único momento mental en que podemos de verdad ejercer el libre albedrío. Porque al pensamiento racional  le cabe sólo en este instante la posibilidad de cambiar: de todos modos, no, gracias. O a pesar de todo, sí. O no me da la gana. O ahora, no. La mente nos lleva habitualmente a un fantástico y cómodo y a veces peligroso automatismo de tomar decisiones sin  pensar conscientemente: de hecho el 95% o más de nuestras actuaciones diarias son automatismos predeterminados. Sólo el 5% restante nos convierte en animales racionales.

Parece poco, pero este 5% nos ha llevado a conquistar el planeta, dominar los animales y la misma naturaleza, viajar a la luna, hablar instantáneamente con cualquier persona situada en cualquier lugar del planeta, volar por los aires y nadar por el fondo de los mares, desarrollar increíbles tecnologías para nuestro confort... Pero no es menos cierto que en el núcleo inconsciente anidan también los sentimientos y las emociones que son auténticos lastres o motores de los actos humanos. La verdad es que el cerebro dispone de muchos niveles con qué pensar aunque los dos más conocidos, popularmente, son: pensar con el corazón y pensar con la cabeza, y con ellos nos vamos a quedar ahora.

Pensar con el corazón es un maravilloso dejarse conducir por las emociones. ¿Maravilloso? ¿Dependerá la maravilla  de qué clase de sentimientos sean los que nos arrastren? ¿O acaso son igualmente maravillosas las emociones  positivas y las negativas? Sentimientos y emociones: ¿la pasión del amor? ¿la rabia de la envidia? ¿la compasión por los que sufren? ¿el odio por los que son distintos? ¿el amor de una madre? ¿la ilusión de un proyecto? ¿lo incierto de un resultado? ¿el miedo a lo desconocido? ¿El entusiasmo de un viaje? ¿El morbo de una película de terror? Pensar con la cabeza, en cambio, no suele resultar emocionante pero sí productivo: un cálculo lo más lógico y razonable posible, tratando de desprender de esta razón las emociones debilitantes. Aburrido aunque certero. Que hace progresar. Que empuja hacia adelante. Que encuentra soluciones. Que genera riquezas. Que instala sinergias. Pero sólo en la medida de lo posible, ya que emociones atrapadas y encerradas en el saco acaban surgiendo por las rendijas de la consciencia racional como lo hacen los hierbajos por los agujeros del césped artificial, y tienden a desviar el resultado en favor de la mente ilógico-impulsiva (que es la que tira más fuerte, que es la que nos hace errar pero que es la más divertida).

Y pues ¿cómo llegar a campeón@ de la vida? ¿Con el corazón o con la cabeza?

Con el corazón, con el corazón. Pero sin perder la cabeza.


















martes, 5 de marzo de 2013

CREACIÓN DE CIRCUNSTANCIAS




Decía una vez un pescador submarino en tono jocoso que siempre que había querido pescar un buen pez y llevarlo a casa para comérselo había tenido que estar en buena forma física, dominar la técnica de la apnea, sumergirse muchos metros, nadar por el fondo, esconderse detrás de las rocas y ser un buen estratega conocedor de los fondos marinos y de los movimientos y hábitos de los distintos peces. Y que en toda su vida, nunca, nunca, ningún pez había llamado a la puerta cuando él estaba mirando la televisión diciendo: hola! puedes pescarme si quieres.

Y aunque esto parezca sólo una divertida broma, esconde una gran verdad. La actitud de la mente perdedora es lamentarse, no hacer nada y esperar aburridamente que una extraña buena suerte la beneficie, sin más, con su aparición. Naturalmente, eso no ocurre jamás. Los peces no van a casa a beneficiar a ningún llorica perezoso. Aquel pescador, en cambio, ponía en marcha unas circunstancias que se materializaban en forma de oportunidades que depués hábilmente sabía aprovechar.

Una mente ganadora es un fabricante permanente de circunstancias, que son espacios donde fructifican las oportunidades. Las circunstancias creadas por el pescador ya han sido descritas. ¿Qué circunstancias podrá fabricar el comerciante, el deportista, el científico, el maestro, el empleado? Todas las que quiera. Si ama su profesión, usa su creatividad y está preparad@, las circunstancias creadas generarán oportunidades de diversos calibres. Sólo quedará aprovecharlas. Unas veces podrá ser y otras no. No hay que preocuparse: las circunstancias que se sigan creando se irán transformando en nuevas oportunidades.

La mayor parte de la gente cree que la suerte, o la buena suerte, es una especie de regalo que cae alguna vez del cielo sobre algún afortunad@ que no ha hecho nada para merecerla. Qué suerte ha tenido, exclaman entre asombrados y envidiosos. Pero el campeón@ sabe que, si tal cosa como la suerte existe, la única con la que cabe contar es la fabricada por un@ mism@: el resultado de haber plantado algo en el terreno preciso en el momento correcto.