lunes, 4 de agosto de 2014

LA PROPORCIÓN ÁUREA Y EL CEREBRO HUMANO








Bella chica. Tiene las proporciones correctas, y el subconsciente de usted lo sabe. Por eso usted la encuentra bella. Pero claro, usted no puede explicar por qué la encuentra bella, ¿verdad? Da igual: guapa sin lugar a dudas. La inmensa mayoría de la gente de nuestra cultura la encontrará guapa, aunque sin saber específicamente por qué.

Como se ve en la fotografía, se han tomado medidas a su bello rostro. Del cráneo al mentón se han medido 20 cms, y de la base de la nariz también al mentón, 12 cms. De la punta de la nariz al mentón se han medido 6,5 cms., y del centro de la boca también al mentón, 4 cms. Del extremo izquierdo de un ojo al extremo izquierdo del otro se han medido 6,5 cms., y del rincón izquierdo de uno al rincón derecho del otro, 4 cms. Es decir: cada vez se ha medido un todo y después una parte de ese todo. ¿Cuáles son los valores numéricos de las proporciones entre los todos y los segmentos de cada medición de este rostro bonito?

Pues quizá ya lo saben: 20 dividido por 12 es 1,6;  6,5 dividido por 4 es 1,6;  6,5 dividido por 4 es 1,6.
Y si dividiéramos la medida de un brazo bonito por su antebrazo nos daría también 1,6 Y si dividiéramos una pierna bonita por un tobillo bonito el resultado también seria uno coma seis. Uno coma seis. La proporción áurea. El número dorado. La divina proporción. La razón de oro. Se trata exactamente del siguiente número casi mágico:


                                                       1,61803398874989...

Es la definición matemática de la belleza. El número áureo es el valor numérico de la proporción que guardan entre sí los segmentos de recta a y b (a más largo que b) que cumplen la siguiente relación: la longitud total es al segmento a como a es al segmento b (o sea, a partido por b). Cuando se diera esta proporción, la belleza estaría presente. Y, de hecho, así es. Esta proporción se encuentra en la estructura de los cristales, en la espiral de las galaxias, en la concha del nautilus, en la bahía de Palamós... En el Partenón. En el cuerpo de la Venus de Milo y en La Pietà de Michelangelo. En el monte Fujiyama y en las cataratas del Niágara. Y en los pétalos de las flores. ¿Sabían que las flores -todas las flores-, tienen siempre un determinado número de pétalos y sólo uno de estos números? Existen flores con  3, 5 y 8 pétalos. Y también con 13, 21, 34, 55, 89 y 144 pétalos. Y bien: si usted divide el número de pétalos dado de una flor por el número inmediatamente anterior de pétalos de otra flor ¿cuál será el cociente? Pues sí: 1,61... La divina proporción está en el orden cósmico de las flores y de todas las cosas bonitas. Esta noción de la belleza es aplicable a estructuras arquitectónicas, partituras musicales, pinturas, sistemas solares, fractales y personas. Fascinante.

Es el número Phi, ya reconocido en las viejas estelas de las civilizaciones sumeria y babilónica. Pero claro. Al extraer el coeficiente áureo para determinar matemáticamente la belleza de un objeto o ente, se obtendrá frecuentemente una variación en los decimales a partir del decimal 6, puesto que las mediciones suelen ser aproximadas y no milimétricas. Y también porque la belleza no es necesariamente perfecta, sino tan sólo aproximada. En realidad el número de decimales de Phi es infinito, y un número así infinito correspondería tan sólo -dicen- a la belleza infinita de Dios. Por otro lado, si la proporción se busca en un objeto o composición directamente feo o erróneo, el resultado será un coeficiente disparatado, lejos del 1,6. Es evidente.

¿De qué mecanismos se sirve el cerebro humano para entender y aprehender la belleza?

El cerebro humano necesita de patrones en base a pequeñas redes neuronales locales que contengan la divina proporción, que no sólo le servirán de referencia al capturar nueva belleza informada, sino que le permitirán desarrollar una especial sensibilidad en relación a la belleza como tal o la armonía cosmogénica en general en su vertiente plástica (manifestaciones materiales) o mental (manifestaciones abstractivas, música, literatura...) Estas redes neurales se desarrollan de manera geométrica en el cerebro humano preescolar (0-5 años), y en épocas posteriores del crecimiento también, aunque siendo cada vez más improbable. La sensibilidad por la belleza se induce en el cerebro del niñ@, ya de muy pequeñ@, poniéndole en contacto con la belleza: un paisaje, una pintura, una canción, un cuento... y diciéndole: "qué bonito". Se construye entonces un patrón en su cerebro que contiene la proporción áurea demostrada, que es la que le que servirá para comparar informaciones entrantes y establecer nuevas conexiones neuronales que empezarán a computar a partir del famoso patrón divino. Esto también puede producirse de manera circunstancial, sin intervención de padres ni educadores, aunque es menos frecuente. De un hogar con sensibilidad por la belleza saldrá con toda probabilidad un adult@ con sensibilidad por el arte, la naturaleza y las cosas hermosas de la vida. Porque entonces, y para siempre, llevará la belleza dentro de sí.