Hay días, hay momentos en que los campeones, sin poder explicar por qué, tienen buenas sensaciones. Es un sentimiento optimista, una especie de armonización de la mente con el entorno; una sincronización de los hemisferios cerebrales con la naturaleza de la vida misma, una integración con la energía del cosmos, una coordinación con los biorritmos de la tierra, un aprovechamiento de las fuerzas telúricas que irradian del corazón del planeta... quién sabe. Pero para el que lo siente está muy claro porque, lo que antes eran olas que rompían sobre uno, ahora es uno que se desliza por encima de las olas.
Cuando la mente está abierta, positiva y creativa, absorve energías y se sincroniza con ellas. Tal vez no siempre sea así. Hay días en que las isóbaras magnéticas andan revueltas y las olas rompen sobre uno aunque la actitud sea positiva y abierta. Ese día será mejor abstenerse de navegar por la vida, si es que se puede evitar, o reducir la actividad a mínimos. Pero cuando se tienen buenas sensaciones se entra fácilmente en una racha, que es una continuidad de sucesos benéficos y victorias sorpresivas que a veces parece no tener fin. Es como el minero que, después de años de trabajo, ha encontrado una veta. Y entonces todo parece fácil.
Un esquiador con buenas sensaciones logra tal integración con la nieve que se diría que es toda la montaña la que se mueve bajo sus esquís etéreos. Un nadador con buenas sensaciones no lucha contra el agua sino que se desliza por una especie de túnel que las aguas forman apartándose a su paso. Las buenas sensaciones te hacen sentir que muy pronto tu vida avanzará de golpe tres pasos, o que vas a ganar el campeonato, o que vas a tener pareja o que ahí va a estar el objeto que te faltaba para completar la colección o cualquier otra cosa que desees, y así ocurre efectivamente. Estupendas sintonías.
El campeón@ trabaja para generar estas buenas sensaciones: qué sencillo resulta mantenerse de pié en la cubierta de un barco pequeño cuando se ha aprendido a anticipar los movimientos del mar. Pero para que esto sea así ha habido un importante trabajo anterior continuado que ha familiarizado a la mente ganadora con el medio. Le preguntaban a un fotógrafo de animales en libertad cómo lograba sorprender, por ejemplo a un conejo, que es un animal rápido y escurridizo que se esconde al más mínimo signo de presencia humana:
-Bien, llego a un claro del bosque y me acurruco entre las zarzas. Apoyo la cámara sobre una piedra y me quedo estirado en tierra completamente inmóvil. Al principio nada se mueve en el bosque. Parece que, asustados, todos los animales hayan huído lejos. Pero a medida que pasa el tiempo el bosque va recobrando la vida. A la media hora se ha llenado de pájaros que no me ven porque, con mi inmovilidad, formo parte del entorno. A la hora, hay conejos por todas partes. Entonces empiezo a disparar la cámara, y estoy tan aceptado por el entorno que incluso puedo moverme con suavidad.
Familiarizarse e integrarse al medio en el que se va a desarrollar una actividad productiva es un modo idóneo de crear buenas sensaciones. Sintonizar la mente con la frecuencia más positiva del dial del universo, también.