miércoles, 7 de noviembre de 2012

LA MEMORIA TRANSITIVA



Recuerdo que, de muy joven, asistí a unas conferencias (en aquellos tiempos no se estilaban los talleres) que una especie de profesor belga impartía bajo el titular de "Cómo obtener una memoria sorprendente y brillar". Ya entonces me suscitó curiosidad la palabra "obtener". Yo pensaba que la memoria, en todo caso, podía desarrollarse, pero  ¿"obtenerse"? La cosa tenía su miga.

Convencí a mi padre, absolutamente escéptico,  para que financiara mi asistencia. El Taller, lineal y monocrónico, no era tampoco ningún fake, puesto que allí se presentaba un sistema memorístico que realmente funcionaba, si bien sus bases eran más bien simploides y su explicación científica nula. De manera esquemática, se trataba de lo siguiente:

-Señores, voy a escribir quince palabras, que ustedes mismos me dirán, en este pizarra. Cualquier palabra. Todas valen. Empecemos (murmullos generales, y luego la gente, uno a uno, fue soltando palabras):

mueble
martillo
verde
piscina
cortar
circunstancia
avión
sevilla
luces
pedro
ubicación
perdido
sapo
galaxia
trueno

Bien. Entonces el profesor leyó las palabras en voz alta, una a una, haciendo una pequeña pausa entre ellas.
Luego se puso de espaldas a la pizarra y las recitó en este mismo orden. Cuando terminó, volvió a recitarlas  en sentido inverso, empezando por la última. Luego pidió que le preguntaran la palabra según número de orden y también respondió correctamente. El público prorrumpió en aplausos. Entonces tapó las palabras con una cortina y retó a la audiencia a emularle. Varios probaron y nadie lo consiguió. Bueno, dijo él. Yo no he venido aquí para exhibir una memoria excepcional, pues no la tengo. He venido a enseñarles cómo hago esto.

-A la palabra mueble le he asignado mentalmente la imagen de un número uno muy grande del que sale un mueble de color rosa, una especie de cómoda sobre la que, descansa un martillo de color amarillo que tiene pegado un número dos. Por la ventana de la sala donde se encuentran estos objetos se ve un inefable jardín verde, rodeando una gran piscina de dos niveles (el jardín verde tiene un tres dibujado en la hierba y la piscina un cuatro de goma que es un flotador) He imaginado un señor gordo gritando ¿cuándo van a cortar esta hierba tan alta? Y un jardinero que respondía: ha sido una circunstancia imprevista, señor....

Etcétera. Siguió así enlazando las palabras en una especie de historia visual disparatada, exagerada, surreal. Bueno, efectivamente aquello no había quien lo olvidara. Parecía algo complejo de construir en la mente pero luego, tratando de hacerlo, resultaba bastante fácil. Y con la práctica, aseguró, rápido. Se trataba de envolver cada palabra -en este caso- en imágenes sorprendentes y absurdas y contextualizarlas en un escenario mental igualmente sorprendente.

En el mecanismo normal de funcionamiento de la memoria de un cerebro adulto, cabe distinguir al menos dos niveles de memoria: uno que gestionaría el corto plazo (unos minutos, máximo un par de horas) y otro que gestionaría el largo plazo (dos años, máximo tres o cuatro), localizados en áreas distintas. El corto plazo tiene su utilidad (como recordar dónde he dejado las gafas) y luego se borra. El largo plazo gestiona una información tendiendo a conocimiento (como hablar un idioma o saber montar en bicicleta) que si se utiliza o revisa pervive toda la vida y si no, pasa a una especie de archivo definitivo de nivel subconsciente de donde es posible recuperarlo aunque con cierta dificultad. Entre estos dos niveles hay ciertamente intermedios de muchos matices dependiendo de cómo se ejercita la memoria. ¿Cómo se ejercita la memoria? Usándola. Los ejercicios memorísticos de cualquier tipo (como memorizar posiciones en el ajedrez) la mantienen fresca y activa, y hablo de ejercicios porque en la era digital resulta cada vez menos ejercitada al encontrarse toda la información siempre y a toda hora guardada, ya en nuestro ordenador, ya en la nube. Cuando el cerebro es muy  joven tiene poca memoria de largo plazo y mucha de corto plazo. Estas posiciones se van igualando en el transcurso de la vida. Luego, en la senectud, se han invertido: el cerebro viejo tiene poca memoria de corto y mucha de largo.  Abuela, ¿me cuentas cómo fue el día de tu boda? Sí, claro, ¿dónde he dejado el almohadón que me pongo en la espalda? Está en tu cuarto, abuela, te lo voy a buscar. Y la abuela, que no puede recordar dónde ha dejado el almohadón hace unos minutos, describe su boda, con toda suerte de detalles y nombres de los invitados, ocurrida cincuenta años atrás.




La memoria humana se está modificando a raíz de la existencia de Internet, que es una segunda memoria global a la que confiar todos los antiguos esfuerzos memorísticos informativos, cognitivos y computacionales. Ahora la energía del recuerdo se redirecciona: Jaimito, ¿puedes decirme los ríos de Asia? Sí, señorita, lo miro en la tableta y se lo digo en un momento. Así que no recordamos la información, pero sí recordamos dónde está. Esta memoria transitiva va de momento referida a la pura información, y nos quedan el acceso al conocimiento (aprendizaje), el acceso a la sabiduría (humanismo) y la emoción, que también pueden nutrirse, bastante mejor gestionadas, de estas fuentes externas de la memoria, y son más disfrutables, más debatibles, más tertuliables, usadas como feedback.

"Ay, mira, se acaba de romper un vaso que me ha caído al suelo. No pises los cristales. ¿Cuántos vasos has roto en tu vida, mamá? Muchos. ¿Te acuerdas de la última vez que rompiste uno? Bueno, me acuerdo de uno, hace veinte años, cuando me dijiste que estabas embarazada". Un dato cualquiera se olvida en seguida, pero envuelto en una emoción es inolvidable.

¿Vamos a ser más tontos con la memoria transitiva? Por supuesto que no, sólo habrá que concienciarse que nuestro sistema memorístico está cambiando. No hay que escandalizarse al comprobar que los niños de hoy usan unos parámetros memorísticos distintos de los nuestros si los usan bien. Su cerebro, nacido en la era digital, es distinto del nuestro. Qué le vamos a hacer. Porque nos queremos igual que siempre, ¿a que sí?














¿Alguna experiencia personal al respecto? Coméntela con Charles Bennet. Gracias.

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