miércoles, 30 de mayo de 2012

AVENTURAS NORUEGAS































Mis cuatro amigos me habían convencido para ir con ellos el sábado siguiente a una hostería a comer un ciervo asado. Bueno, no parece que se tenga que convencer a nadie para una cosa así. Pero la cuestión era que el viaje de ida y vuelta sería esquiando por el bosque, la hostería se encontraba a unos treinta quilómetros de distancia y los amigos eran cuatro fornidos esquiadores noruegos. Por aquel entonces yo era joven y esquiaba relativamente bien, así que recuerdo que pensé que batir a aquellos muchachos que habían nacido por allí, que habían ido a la escuela todos los inviernos esquiando o con raquetas en los piés, que se movían sobre la nieve y a baja temperatura como liebres árticas, podía significar para mí la oportunidad de una brillante victoria social.

Salimos a las siete de la mañana. Temperatura menos once, sol, nieve polvo-dura. Los caminos se confundían a veces a causa de la nieve acumulada; aquí la subida de una loma, allá una bajada rápida con  curvas al final. Caminos interminables siempre por el gran bosque nevado, las respiraciones y el ruido de los esquís confundiéndose sobre el sonido apagado del sistema nivoso. El aire frío, purísimo, entrando a chorro en los pulmones;  rayitos de sol  vibrando y colándose entre las ramas, jugando con los pámpanos de hielo de las hojas; las mejillas rojas, los primeros sudores y una sensación extrema de libertad y armonía con la naturaleza pura de aquel bosque inacabable.

Pero los noruegos iban desapareciendo de mi vista. Pronto me di cuenta que no sólo me iba a quedar descolgado sino que podía perderme por un camino equivocado si no me esperaban. La "batalla" había durando unos pocos quilómetros. En seguida montaron un sistema que consistía en que dos iban a mi ritmo y otros dos a su aire para luego esperarnos en algún recodo e intercambiar los roles. Así se hizo. Cuando llegamos la primera vez dónde estaban esperando los otros dos, vimos que se habían echado dentro de una especie de camas (excavadas en la nieve con almohada de hielo incluída) y que hacían como que dormían. Como tardábais tanto hemos decidido echar una siesta, jiáaa, jiá, ja, ja, ja. Qué iluso había sido. Lo tenía merecido. No se puede ser tan chulo, ni tan siquiera pensar tan chulamente.

El ciervo resultó excelente, la cerveza y el snaps famosos, la vuelta un poco penosa (para mí), pero la sauna y el posterior revolcón desnudos por la nieve, inolvidables. La cuestión es que dormí maravillosamente pero al día siguiente no podía moverme. ¿Dónde vive Papá Noel? Casi llegamos a su casa ayer, dije andando como si tuviera ochenta años. Mis amigos reían y abrían nuevas cervezas.

Noruega es un país precioso e inenarrable, con una superficie inmensa, una costa recortada en millares de fiordos y poquitos habitantes, campeones, discretos, razonables, dinámicos. Su modelo de sociedad podría estudiarse en las escuelas para tratar de aprender qué significa tener conciencia social o sentido cívico de comunidad, siempre en una atmósfera de total libertad y respeto. Y también cuál es el sentido final de innovar, de prever y planificar es decir: cómo asegurar a los ciudadanos futuros un bienestar como mínimo igual al del presente. Dos magníficos ejemplos de esto último serían el Fondo Estatal de Pensiones y el Gran Almacén de Semillas de Svalvard.

La actividad petrolera en el Mar del Norte de Noruega ha venido generando cuantiosos ingresos durante años, gran parte de los cuales invierte el Estado en empresas y bonos de todo el mundo, a muy largo plazo, con un perfil moderado de riesgo. A finales de 2009 estos fondos poseían el 1% de los mercados bursátiles globales, con un valor aproximado de casi tres billones de coronas noruegas. Queremos estructurar el futuro de nuestros nietos y biznietos, dijo el ministro de economía. Queremos que las generaciones futuras se beneficien del actual patrimonio petrolero del país.

La segunda intervención admirable es la construcción e implementación del Gran Almacén de Semillas de Svalvard, un archipiélago cuatrocientas millas al norte del Cabo Norte, donde las condiciones climatológicas son ideales para este proyecto. Se trata de preservar duplicados de más de tres millones de semillas de plantas, hortalizas, legumbres y frutas procedentes de cien países. En un contenedor gigante subterráneo a prueba de explosiones nucleares, a una temperatura de entre menos diez y menos veinte grados. Esta reserva fitológica del planeta Tierra, este salvavidas quién sabe si para futuros ciudadanos supervivientes o para exploradores siderales llegados a un planeta arrasado pero con un tesoro escondido bajo la superficie, es una maravillosa alegoría de la mente humana en su esfuerzo de alcanzar siempre un poco más alto, siempre un poco más tarde, siempre un poco más lejos. En Noruega lo han comprendido.





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