La inteligencia, la que en cualquier situación se pregunta simplemente que es lo que conviene, tiene establecida una confrontación permanente con las vísceras: las que exigen contrapartidas, reconocimiento, justicia, adulación, venganza y tantas otras reacciones primarias.
Un ganador lo es precisamente porque usa su inteligencia. La visceralidad es una trampa demasiado estúpida para caer en ella: se trata de perderlo todo a cambio de una mera descarga adrenalínica (o testosterónica). Aprender a controlar la ira y las reacciones animalescas es la primera de las lecciones para una mente ganadora. Si no se es capaz de hacerlo, se vivirá en el numeroso grupo de personas que estructuran su vida y su relación social en base a "un par de cojones" y disculpen el lenguaje. Son los perdedores de siempre, los que jamás alcanzarán nada y, si puntualmente lo hacen, siempre les resultará efímero. Cuando quienes practican la visceralidad son políticos que no pueden reprimirse en sus declaraciones, entonces... la pública demostración de su estupidez es más que lamentable, porque uno no puede dejar de pensar que el gobierno de su país se halla en manos de gente que no tiene inteligencia para administrarlo.
Y sin embargo hay muchas personas de gran capacidad cuyo nivel intelectivo es asolado sistemáticamente por emociones negativas, por la envidia y por la rabia, y es incapaz de dominar los sentimientos primitivos que anulan su raciocinio. El músculo de la mente debe aprender a controlar y eludir estas lacras. El camino hacia la meta estará plagado de obstáculos, injusticias, zancadillas, chapuzas y desgracias; y también de alegrías tempranas, euforias puntuales y elogios fenomenales. El ganador@ necesita de toda su atención e inteligencia para sortearlos elegante y profesionalmente. Una sola reacción desproporcionada, de las que dejan a gusto, y todo habrá terminado. Hay que guardar las emociones negativas en un cajón suplementario de la mente, que puede utilizarse también para almacenar los agravios recibidos. Pero en realidad no sirve para nada. Es mucho mejor pasarlos a la papelera mental, que se pincha con el ratón mental, y allí quedan depositados. ¿Para qué? ¿Para repasarlos de vez en cuando y constatar qué malo es el mundo y qué buen@ soy yo? La papelera mental debe vaciarse al menos una vez al año, o cuando está demasiado llena.
La visión de una persona encegada por la ira resulta patética para un observador calmado. Sólo la mente nos diferencia de los animales, y cuando ésta es bloqueada por reacciones viscerales aparece el animal inconsciente que todos llevamos dentro y anula nuestra pretendida humanidad. Hay mucha gente que hace de la ira y del mal humor una profesión, dedicada sostenidamente a reprimir a los demás, a conseguir que no hagan algo específico, a combatir ideologías que no son la suya. Estos seres, permanentemente envueltos en excusas y justificaciones, a atribuir a los demás la culpa de todos sus fracasos, a vivir a la contra de proyectos concretos que no les agradan, son los más infelices y jamás llegarán a conseguir nada, antes bien, acabarán hundidos en este fango que ellos mismos han destilado. Toda la energía negativa que han generado acabará volviéndose contra ellos. Hay que desear la victoria de nuestro equipo, pero es nefasto desear la derrota del rival.
Reprimir la ira tampoco es una solución a largo plazo. Existe aquella vieja teoría que yendo a gritar contra el árbitro en un campo de fútbol se liberaban las tensiones y las iras reprimidas. No es así. La ira no hay que esconderla y luego liberarla en un espacio anónimo. Hay que matarla. Y sólo se puede matar armonizándose con la vida y la naturaleza, con las personas a las que queremos y con las que convivimos.
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