Mi fascinación por el mundo mental de los niños viene de muy lejos. Siempre he sabido, observando atentamente el comportamiento de los bebés, que los niños aprenden y comprenden muchísimo más de lo creemos, y ahora se está documentando científicamente. Incluso ahora aún tengo flashes (en forma de imágenes) de cuando yo mismo era bebé: recuerdo entre otras cosas que no me gustaba que los adultos se dirigieran a mí como si fuera tonto (be-be-be-cuchi-cuchi) ni que mi madre me cantara para dormir canciones tristes. ¿Increíble? No tanto. Muchas personas con las que he hablado recuerdan cosas similares.
El cerebro humano -al contrario del de los animales que nace completamente formado y por eso al poco tiempo los cachorros ya son capaces de hacer casi todo lo que hacen los adultos-, se distingue por su gran potencial neuronal, cuyas redes están en un latente stand by esperando activación. Los humanos tenemos una infancia larguísima en comparación con los animales, y dependemos de nuestros padres durante todo ese periodo. Las razones evolutivas de este hecho son varias y quizá la más importante sea que el cerebro humano no puede desarrollarse completamente dentro del seno materno, puesto que el gran volumen craneal necesario impediría el paso del cráneo por el canal del parto a la hora del nacimiento.
Esto nos da la oportunidad de contemplar la capacidad cerebral del bebé desde la óptica de una soberbia inteligencia concentrada y aletargada que debe ser despertada y activada para que pueda desarrollarse libremente. La responsabilidad de los padres y de los educandos es extraordinaria, porque de su actuación estimulativa dependerá en gran parte la inteligencia final del adulto. En realidad, esta actuación estimulativa es más importante cuanto menor es el sujeto. A medida que transcurre el tiempo y el niñ@ va creciendo, disminuye su importancia en el sentido que el niñ@ entra cada vez más en una dinámica autoeducativa, en la que los educandos pasarían progresivamente a orientadores-planificadores. La era digital ha facilitado enormemente la implementación de esta progresión educativa que, a más medios y mayor interacción social, mejor aprendizaje y desarrollo: cuanto más aprendes, más puedes aprender.
La estimulación del bebé puede empezar desde los primeros días de su vida con música lírica muy suave de fondo (Mozart) y movimientos de extremidades (pequeños ejercicios) que acompañen la música. Hablarles directa y dulcemente (las madres son expertas naturales en hacer esto; los padres deben incorporarse iguamente desde el primer día). Hay que decirle al bebé en todo momento qué estamos haciendo ahora y qué vamos a hacer luego. A medida que va creciendo hay que incorporar tan pronto como sea posible el juego y el humor.
Las redes neuronales de los humanos se expanden rapidísimamente en esta época y cuanto más extensa sea esta base, más desarrollo y más conocimiento que seguirán expandiendo la red sobre la que asentarán sus talentos y capacidades futuras. El sistema se retroalimenta, y lo sigue haciendo durante toda la vida, incluída la ancianidad.
A partir de los dos años, el desarrollo es exponencial. Los niños bilingües son espacialmente favorecidos al incorporar dos idiomas en su desarrollo, porque duplican su área lingüística y con ella la superfície de la interacción social. Según José Antonio Marina "las dos grandes tareas del niñ@ en sus primeros años son aprender a andar y aprender a hablar. Es decir, a dominar dos grandes sistemas generadores: el movimiento y el lenguaje. Va a reconocerse a sí mismo@ como origen de sus acciones y origen de su lenguaje. Además, el lenguaje se identifica tan profundamente con la inteligencia generadora, que sirve para traducir al plano consciente una parte de sus ocurrencias. Nuestra habla interior, esa conversación continua que mantenemos con nosotros mismos, nos permite conocer nuestras producciones inconscientes."
Los bebés tienen unas impresionantes capacidades sociales, probablemente porque han desarrollado ya las llamadas neuronas espejo, un tipo de neurona que sirve para comprender y/o imitar el comportamiento de los demás. No es necesario insistir pues lo fundamental del comportamiento del adulto ante los ojos del pequeñ@. Hasta hace poco no se estudiaba mucho la inteligencia del bebé porque se consideraba que no era posible hacerlo hasta que el infante hablara y pudiera expresar sus impresiones. Desde hace algún tiempo sin embargo, se está investigando en los babylabs a partir de la grabación de los movimientos oculares de los bebés. Uno de los muchos experimientos realizados es el siguiente, especialmente sorprendente por su complejidad mental:
Un grupo de bebés de 18-20 meses observa un adulto que coloca dos cajas en el suelo, con la tapa abierta,
una a su derecha y otra a su izquierda. Dentro de la primera caja mete una pelota, y luego cierra las tapas de ambas cajas y se va. En su ausencia aparece un payaso que, de puntillas y haciendo signos de silencio, saca la pelota de la primera caja y la coloca en la segunda y se va. Llega el adulto y, con gestualidad ampulosa, dice: "ah, olvidé llevarme la pelota que había guardado en la caja!" La cámara está grabando la mirada de los bebés que, antes que el adulto haga ningún movimiento están ya mirando ¿dónde? La mayoría de ellos mira a la caja donde antes había estado la pelota y luego mira al adulto. Sus miradas explicitan algo así como "el adulto cree que la pelota está allí, y sin embargo yo sé que no está". Si el adulto abre entonces la caja vacía y hace una cómica mueca de sorpresa con un sonido tipo ¿eeeehhh? muchos de los niños ríen. Maravilloso, ¿no creen?
PS Si usted tiene experiencias similares con sus hijos y quiere compartirlas, Charles Bennet estará encantado de publicarlas. Gracias.
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