Hace años conocí a un monje budista inteligente y sabio, y le dije: si tan sólo pudieras darme un único consejo para la vida práctica en el mundo de hoy, ¿cuál sería? Me miró a los ojos, al derecho y al izquierdo, repetidamente, pensó un poco y luego respondió (con sonrisa cándida):
aprende a leer en los ojos de las personas.
Esas maravillosas antenas humanas que son los ojos. Ahí va todo especificado. Su lenguaje, cuando se sabe leer, es efectivamente transparente. La mente, que es un software instalado sobre emociones y sentimientos, brota por los ojos como brota el agua fresca de un manantial de montaña. No bajes la vista. Mírame a los ojos y dímelo. No hay escape. Los ojos no pueden eludir la verdad.
Las personas que mienten, incluso las que acostumbran a mentir por profesión (como los políticos), han desarrollado técnicas para que sus ojos corroboren sus palabras. Pero si se fijan ustedes mucho (y esto es posible gracias a televisión, que nos da unos planos cortísimos de la cara y, por tanto, de los ojos), verán un casi imperceptible movimiento de las pupilas, como un tembleque fugaz que delata que esta persona está diciendo algo que en verdad no forma parte de sus convicciones. Si la mirada de una persona se mueve mucho a derecha e izquierda, sin parar, posiblemente esté buscando argumentos, información o datos para apoyar su discurso persuasuasivo. Si la mirada cae hacia abajo esta persona se está rindiendo; si sube hacia
el cielo puede denotar que se siente incomprendida o desamparada... me refiero siempre a miradas no acompañadas de la gestualidad de la cabeza: la cabeza está fija y los ojos se mueven.
El efecto de la supremacía del plano corto sobre el largo que, proviniente de televisión afectó también al cine en muy buena medida, hace que los actores de carácter, especialmente de la escuela americana y aún más especialmente del Actors Studio de New York fundado por Elia Kazan en 1947, trabajen mucho más la mirada que la gestualidad. Y resulta fantástico comprobar cómo se puede leer en los ojos de los actores y las actrices lo que sienten y lo que piensan; las emociones, los amores, los odios, las iras, las amistades y las ternuras, sin un gesto, sólo mirando. A veces, en un momento sublime, los ojos del actor o de la actriz muy cerca del objetivo de la cámara se llenan de lágrimas, y entonces sobran las palabras y se contagian las lágrimas al anónim@ espectador@ de cualquier butaca de la sala oscura.
La mirada es el
hecho decisivo de la personalidad, y por nuestra forma de mirar nos van a juzgar los demás sin darse cuenta, en lo más profundo de su conciencia. Mirar fijamente puede ser una impertinencia, pero no así si la mirada es translúcida y atenta, mirando sucesivamente a uno y otro ojo del interlocutor. Este movimiento ocular sistemático de derecha a izquierda y viceversa armoniza los hemisferios cerebrales, que se serenan y emiten ondas benéficas. El cerebro de la otra persona las recepciona sin saberlo y tiende a participar de la misma serenidad y por tanto de su agradable presencia.
Este mismo ejercicio de seducción es posible
practicarlo con un@ mism@, con resultados espectaculares. Es como una forma de autoprogramación un poco más agresiva que la meditación o la sofrología, pero muy útil para la gestión de la vida diaria. Consiste en encontrar
un buen espejo para mirarse a los ojos un par de veces al día durante cinco o diez minutos. Podemos mirarnos fijamente a un punto situado donde empieza la nariz, exactamente entre los dos ojos, y esto tiene un suave efecto autohipnótico. O podemos practicar el izquierdo-derecho anteriormente descrito. Personalmente opino que lo mejor es empezar con la mirada fija entre los ojos, y entonces visualizar el objetivo (el deseo, la meta, el objeto) durante un tiempo. Al cabo de un par de minutos pasar al sistema de movimiento ocular mientras hablamos con nosotros mismos, pedimos lo deseado y nos seducimos con la mirada.
Por increíble que parezca, pronto se dará usted cuenta que la persona que está al otro lado del espejo
no es exactamente usted, sino tan sólo algo así como un ente físico que habita. Ha entrado en una fase de mente disociativa (que es probablemente donde radica la identidad) que provoca el efecto. Esta mente disociativa es la rectora de los pensamientos y los actos, y por consiguiente el cerebro de pensamiento asociativo que está del otro lado del espejo tenederá a poner en marcha acciones que lleven a la realización de las peticiones formuladas (siempre dentro del límite de sus capacidades: no se puede correr los cien metros lisos en diez segundos si se tienen cincuenta años y se pesa noventa quilos). Pero el sistema nervioso puede, por medio de peticiones constantes, establecer un patrón de conducta subconsciente capaz de alcanzar verdaderos milagros.
Hay un ejercicio precioso que consiste en mirarse a los ojos profundamente durante un tiempo sostenido, intentando penetrar dentro de ellos, imaginando qué o quién está detrás de esas pupilas, preguntándose
quién soy yo realmente, quién es esta mente que me está mirando desde el otro lado del espejo. No siempre, pero a veces, inesperadamente, las respuestas pueden ser más que asombrosas.
Dentro de las infinitas posibilidades del manejo de las miradas de las que se podría escribir un libro entero (quizá un día lo haga), la más feliz según creo consiste en mirar profundamente los ojos de tu querida pareja
en el momento del orgasmo. Me parece una forma profundísima de compartir, de llegar a la mente de la persona amada en todo su esplendor. Ya me dirán algo.
Ah, se me olvidaba el tópico ineludible:
hay miradas que matan. De ellas hablaremos otro día, si les parece.
¿Tiene vivencias relativas al tema de este post? Charles Bennet estará encantado de compartirlas y comentarlas.