domingo, 13 de noviembre de 2011

DIME QUE NO ES VERDAD






Mi nombre es Megan Roberts y he sobrevivido al cáncer.

Hace siete años me diagnosticaron un cáncer de mama de nivel 2, algo que nunca imaginé pudiera ocurrirme a mí. Aunque lo sepas por amigos, aunque te lo hayan advertido: cuando oyes el veredicto de los doctores te suena a sentencia de muerte. Supongo que es muy humano interpretarlo así. Recuerdo haber conducido hasta mi casa en la tarde-noche urbana y lluviosa, las lágrimas corriendo abajo por las mejillas, dentro de una nube negra de presagios, bordeando el pánico.

Lo compartí en seguida con mi marido, y vi cómo sus ojos se humedecían. No dormimos esa noche. La pasamos tendidos sobre la cama, cogidos de la mano, tratando de asumir la noticia. No quiero morir, Jack, le dije. Los niños dormían en la habitación de al lado.

Cuando se hizo de día me levanté y preparé café. Era sábado y los niños dormían todavía. Jack se sentó conmigo en la cocina y tomamos café en silencio. Luego me miró a los ojos y me dijo: Megan, la batalla empieza hoy mismo y vamos a pelear juntos. Me sentí tranquilizada. Yo sabía que él era un luchador. Jack se metió en Internet y empezó a recolectar información y, muy propio de él, a las dos horas había recopilado una auténtica enciclopedia. Un dossier de más de cincuenta páginas. Me lo mostró y, meneando la cabeza, dijo: ahora tendremos que estudiar todo esto. Pero te avanzo un primera conclusión: tenemos mucho tiempo. Practiquemos la serenidad.

Un par de días más tarde los oncólogos me propusieron un tratamiento de radioterapia de última generación. Los efectos secundarios son mínimos y las modernas máquinas focalizan con una precisión extrema, evitando así dañar áreas colaterales. Me sentí reconfortada con su propuesta. Me advirtieron que era muy importante lo que ellos llamaron "un espíritu positivo por parte del paciente". Yo ya sabía a qué se referían.

Jack me lo contó. El tratamiento que vas a seguir es magnífico, pero creo que deberíamos reforzarlo con los ejercicios mentales adecuados, y tengo listados varios programas para conseguirlo. Porque, según lo que he visto, la curación completa debe actuar sobre dos vertientes: una que viene del tratamiento médico y otra que se encuentra en los mecanismos cerebrales del propio paciente. Además yo puedo ayudarte, porque dos mentes pensando la misma cosa se potencian entre ellas de manera extraordinaria. Era evidente que Jack se había puesto al día y sabía de qué hablaba. Yo estaba todavía muy asustada, frustrada, deprimida. Lo primero era cambiar esto, borrar todos los sentimientos negativos de mi mente sustituyéndolos por otros positivos y llenos de energía. Elegimos cuidadosamente qué nuevas actitudes queríamos para implantarme: valentía, audacia, dominio. Marcamos dos momentos del día para trabajar sobre la mente: dos sesiones de veinte minutos a las nueve de la mañana y a las nueve de la noche. Decidimos que el programa mental duraría exactamente lo mismo que el tratamiento médico, trenta y cinco días. Lo comenté con el médico y me felicitó: ojalá todos los pacientes tuviesen el buen sentido de apoyar lo que nosotros hacemos aquí acoplando positivamente su mente a ello. La efectividad del tratamiento se duplica, porque la persona completa es una combinación de biología y mentalidad.

Ahora que lo comprendía me parecía increíblemente evidente. No describiré la técnica en detalle, pero sí diré que al cabo de una semana las nuevas actitudes sembradas en mi mente empezaron a florecer. Me sentía más segura de mí misma; ir a radio en el hospital se había convertido casi como ir al gimnasio, donde acudía vestida con chándal y zapatillas deportivas; bromeaba con el amable equipo médico y deseaba volver a casa, tumbarme al lado de Jack en la cama, relajarme completamente y convertir las palmas de mis manos en una modernísima máquina mental de la más alta tecnología que, convenientemente situada sobre el tumor, irradiaba energía lumínica e iba destruyendo una a una las células cancerígenas. Y lo más maravilloso: sentía la fuerza de la mente de Jack combinándose con la mía, multiplicando la potencia curativa; y luego veía las células malignas muertas salir de mi pecho y alejarse flotando hacia arriba. Me sentía liberada, cada día más liberada. Y un día, hacia el final del tratamiento le dije a Jack: ¿sabes? yo estoy curada. Lo sé. Lo puedo sentir. Y sonreí, mientras veía otra vez como sus ojos se humedecían.

Me ha parecido que tenía que compartir esta experiencia con gente a la que quizá un día pueda serle útil. No estoy hablando de milagros, sino de una extraordinaria forma de potenciar los efectos curativos de la moderna tecnología médica sobre las enfermedades malignas. La mente es una herramienta poderosa. Es un privilegio de todos los seres humanos.

En los controles de los meses posteriores los diagnósticos fueron que no había rastro de cáncer. Han pasado siete años y me siento mejor que nunca. Quiero a mi marido y hace un mes que mi hija mayor tiene novio. Un abrazo.
Megan.





Testimonio real.
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