Le enseñé esta foto a mi nieta, pero esto no aclaró mucho las cosas. Quería saber cuál era exactamente la función del armatoste que, de tan obvia, no es fácil de describir.
-Bueno -dije-, era una máquina que servía para escribir letras en un papel.
¿Eso es todo? ¿Te refieres a cuando no había ordenadores?
-Sí, claro.
No quiso saber ni cómo funcionaba. Su cerebro de nueve años nació ya modificado por la era digital en general y por internet en particular. Un mundo sin ordenadores le resulta casi inimaginable, como no sea directamente el de la Edad de Piedra. Me sentí como alguien remoto hablando desde el inframundo de los tiempos pasados; una especie de mono prácticamente extinguido del que quedaban pocos individuos.
Y comprendí en aquel momento que su cerebro era morfológicamente distinto del mío; si bien también constaté, encantado, que lo que nos seguía uniendo, en cualquier caso, era el amor.
El mayor descubrimiento de la neurociencia es la plasticidad del cerebro, es decir, su modificabilidad a partir de estímulos mentales: comunicación, educación, experiencias, emociones, conductas, pensamiento sistematizado. En el transcurso de la evolución el cerebro humano ha ido obviamente modificándose en función del propio progreso de la sociedad, pero lo que ahora lo hace tan distinto es la velocidad de la modificación. En efecto, los avances tecnológicos relativos sobretodo a la informática y a la digitalización han significado saltos adelante de magnitud colosal porque son los instrumentos de cualquier otro tipo avance pero el cerebro, lejos de perder el tren tecnológico, ha evolucionado con él hasta el punto que parece que las nuevas generaciones ya llevan las modificaciones incorporadas. ¿Exagero? Ponga a un niñ@ de un año frente al ordenador y observe su nivel de atención y entendimiento.
La capacidad evolutiva y adaptativa del cerebro no deja de sorprendernos. Y también es posible que vengamos utilizando tan sólo una parte de su capacidad real, por lo que nuevos retos tecnológicos pueden ser procesados fácilmente: torrentes de información imaginativa, social, técnica y emocional (dejamos fuera el cálculo, función mecánica y aburrida que gestionan mucho mejor los ordenadores convencionales) y aún queda capacidad de disco duro para divertirse o perderse en la ficción evasiva. El cerebro no necesita descanso. El cuerpo, sí. Y es desde un cuerpo relajado que el cerebro alcanza su máxima operatividad. Posiblemente sin límite.
Le insinué a mi nieta que, si le hacía ilusión, podría regalarle una máquina de escribir modelo Underwood, Olivetti o Remington de las que todavía se encuentran, pero su mente estaba ya instalada en una extraña música elaborada por adolescentes, totalmente inasequible a mi cerebro no modificado por el lenguaje tuitero o por los mensajes on line en la Red. Así que abandoné la idea en seguida.
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