Hay una galaxia entera dentro de su cráneo. Usted tiene tantas neuronas como estrellas hay en la Vía Láctea, relacionadas entre ellas por un trillón de conexiones. Ésta es la razón principal del soberbio éxito que ha alcanzado usted como especie, amig@ mí@. Y yo también, naturalmente.
Esta estructura colosal es operable y modificable con el instrumento que es a la vez resultado de ella, el pensamiento. Esta estructura colosal es el instrumento que usted utiliza para alcanzar sus propósitos, conducida por la mente y su músculo principal, la voluntad.
La neurociencia ha empezado a entender gran parte de los procesos cognitivos que hasta ahora sólo podían explicar las religiones y las creencias, y en mi libro LA DOCTRINA DEL CAMPEON se presentan APLICACIONES DIRECTAS de estos descubrimientos a la vida de los seres humanos de hoy, utilizando como modelo los campeones deportivos. La buena suerte no es más que el ejercicio programado de un pensamiento instrumental (es decir, asociado a una cultura del esfuerzo), y no hay ningún misterio en ello porque es la pura evidencia de unas causas y sus efectos.
Todo se limita a aprender a manejar la mente en lugar de que sea la mente la que nos maneja a nosotros. La mente es el software del cerebro y, al igual que en un ordenador, hay que aprender a operarlo. ¿Cómo se hace esto? Bueno, no es tan sencillo como pretenden algunos textos y libros más o menos espirituales y metafísicos, puesto que después de pensar hay que trabajar y puesto que la mente y sus pensamientos se hallan inextrincablemente enredados en un software superpuesto que son los sentimientos y las emociones, a veces neutros, las más negativos (o positivos).
La buena suerte entendida como consecución de metas soñadas es una combinación de elementos que, cada uno por sí solo, raramente conducen al éxito aunque pueda parecerlo. La mente, como operadora de esta especie de programa informático, ha de combinar los elementos en su beneficio, creando las oportunidades que llevarán al éxito más pronto o más tarde, mientras tantos otros se lamentan y exclaman: ¡qué suerte ha tenido!
Esta estructura colosal es operable y modificable con el instrumento que es a la vez resultado de ella, el pensamiento. Esta estructura colosal es el instrumento que usted utiliza para alcanzar sus propósitos, conducida por la mente y su músculo principal, la voluntad.
La neurociencia ha empezado a entender gran parte de los procesos cognitivos que hasta ahora sólo podían explicar las religiones y las creencias, y en mi libro LA DOCTRINA DEL CAMPEON se presentan APLICACIONES DIRECTAS de estos descubrimientos a la vida de los seres humanos de hoy, utilizando como modelo los campeones deportivos. La buena suerte no es más que el ejercicio programado de un pensamiento instrumental (es decir, asociado a una cultura del esfuerzo), y no hay ningún misterio en ello porque es la pura evidencia de unas causas y sus efectos.
Todo se limita a aprender a manejar la mente en lugar de que sea la mente la que nos maneja a nosotros. La mente es el software del cerebro y, al igual que en un ordenador, hay que aprender a operarlo. ¿Cómo se hace esto? Bueno, no es tan sencillo como pretenden algunos textos y libros más o menos espirituales y metafísicos, puesto que después de pensar hay que trabajar y puesto que la mente y sus pensamientos se hallan inextrincablemente enredados en un software superpuesto que son los sentimientos y las emociones, a veces neutros, las más negativos (o positivos).
La buena suerte entendida como consecución de metas soñadas es una combinación de elementos que, cada uno por sí solo, raramente conducen al éxito aunque pueda parecerlo. La mente, como operadora de esta especie de programa informático, ha de combinar los elementos en su beneficio, creando las oportunidades que llevarán al éxito más pronto o más tarde, mientras tantos otros se lamentan y exclaman: ¡qué suerte ha tenido!
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