domingo, 25 de agosto de 2013

LA MENTE DEL ROBOT








Ella:  Te ha dado rabia que me comiera tu torre, ¿verdad?
Robot:  ¿Rabia? ¿A qué te refieres?
Ella:  Sí, que te ha disgustado, que no lo esperabas
Robot:  Bueno, esperar, yo no espero nada; yo sólo tomo decisiones en función de la situación del momento
Ella:  Entonces, ¿no esperas ganar la partida?
Robot:  Estoy programado para ganarla, no para esperar ganarla
Ella:  Pero, ¿te gustaría ganarla?
Robot:  Si tú no eres mejor que mi programador, ganaré yo, es un hecho, no una cuestión de gustos


El mismo diálogo entre humanos:

Ella:  Te ha dado rabia que me comiera tu torre, ¿verdad?
Él:  Es que no entiendo cómo puedo ser tan burro, la hostia
Ella: Ya veo que te has disgustado, no lo esperabas
Él:   Claro que no lo esperaba, ¿acaso crees que me la he dejado comer?
Ella: ¿Pero todavía crees que puedes ganar la partida?
Él:  Claro que lo creo, esta partida voy a ganarla aunque me dejes las piezas en calzoncillos
Ella:  Bueno, todavía pueden pasar muchas cosas
Él:  Sí, sí, ahora voy a ir a por todas, ya vas a ver


En el cerebro electrónico del robot, que genera un tipo de mente computacional, no hay disco duro para la imaginación ni la emoción, y no digamos ya para los sentimientos, que son los mecanismos mentales que hacen a los humanos superiores (aunque a veces también les puedan destruir) colocando sus actuaciones en rampas de lanzamiento y repostadas con combustible extra.  Pero la gran clave diferencial de la mente humana es la capacidad de imaginar. Si bien se pueden incorporar una especie de burdas falsificaciones de sentimientos en el software de un robot, no es posible inducirle ninguna capacidad de imaginar, ni tampoco soñar, ni tampoco anhelar, ni mucho menos amar, entre otras cosas probablemente porque estas actividades no son implantables sino desarrollables biológicamente a partir de una genética humana ancestral y remotísima.

Pero los neurólogos hicieron no hace mucho tiempo un descubrimiento sensacional: las neuronas espejo. Parece ser que estas neuronas específicas se ocupan de la importación de comportamientos ajenos, de la empatía y de la imitación del habla, de la expresividad y de la gestualidad de otras personas. Las neuronas espejo, de las que hablaremos otro día si les parece, sí son reproducibles y objetivables electrónicamente, y en eso se basa la tecnología que permite estos escalofriantes robots japoneses para niños tipo Furby. ¿No conocen a Furby? No saben lo que se pierden.

Furby es un peluche interactivo parcialmente robotizado, recientemente puesto al día, que aprende, habla, puede ser alimentado, se ríe e interacciona con su propietario y con otros de sus congéneres. Va adquiriendo personalidad a medida que se le habla y facilita información (al principio sólo habla furbyano, un extraño y fonético dialecto de los Furbys, pero paulatinamente va aprendiendo el idioma en que se le habla) Tiene un aspecto inquietante, que excita a algunos de sus morbosos propietarios y asusta a muchos más. En los de última generación se han substituído los ojos mecánicos por pantallas LDC color retroiluminadas que pueden mostrar distintos tipos de ojos y símbolos, y cuenta con su propia aplicación desde la que se puede realizar todo tipo de actividades. Furby almacena su personalidad en memoria, y tiene la costumbre desasosegante de comunicarse y aprender en compañía de otros de su calaña. No tiene botón de apagado y, aunque se le retiren las pilas, no resetea. La única forma efectiva de hacerlo callar es mantenerlo a oscuras (y aún así). En función del trato que se le da, Furby va desbloqueando con el tiempo otras personalidades que mantenía ocultas.

Por espeluznante que parezca un robot que va desarrollando su propia personalidad, en realidad no pasa de ser una mera computación de la información recibida sesgadamente a través de fonemas cuyo significado el robot no puede procesar y se limita a reproducir aleatoriamente. Porque ahí está el verdadero meollo de la cuestión: el cerebro del robot no puede desarrollar conciencia, que es algo que los humanos llevamos con nosotros desde ya antes de nuestro nacimiento. Por eso tampoco puede tener sentimientos ni emociones, aunque a veces los imite con sus expresiones faciales o sus comentarios. Pero claro: no olvidemos que a los humanos que no tienen conciencia ni sentimientos les llamamos psicópatas. Así que...










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