miércoles, 7 de mayo de 2014

CONEXIONES DE INTELIGENCIA



En el preciso y precioso bioordenador humano que es el cerebro, de una complejidad tan extrema que sólo una diosa evolutiva y eterna puede haber diseñado, la información se administra con una celeridad superior a la de la luz. Esto se debe en parte al hecho que lo que genera no es exactament material, o en todo caso es una materia no comprendida en la limitación del espacio-tiempo. Es el pensamiento, una substancia extremamente volátil pero no tanto como para no pesar, extremamente sutil pero no tanto como para no tener efectos, extremamente inconsútil, pero no tanto como para no ser determinantemente benéfica o maligna. El pensamiento es el desencadenante de la acción y el vehículo de los sentimientos. El pensamiento del cerebro humano es un software en constante creación que genera y gestiona la llamada mente: un universo paralelo que observa y refleja acontecimientos del mundo material, los percibe y los interpreta subjetivamente.

La inteligencia, comprendida como capacidad del cerebro para entender las cosas y generar conocimiento, es un mecanismo genético y desarrollable, tal que un músculo, y esta capacidad viene dada por una serie de factores como los hereditarios -resultado de los programas vividos durante el crecimiento en un entorno familiar determinado; quiero decir que si la familia es muy musical la herencia social también lo será-, los educativos -especialmente en época preescolar- y los traumáticos, que han sacudido de alguna manera las raíces del nivel inconsciente creando un camino nuevo -positivo o negativo- a partir de un hecho potente y puntual (muerte de la madre, por ejemplo).

Pero en el mundo actual, ¿es suficiente con comprender? ¿Basta una inteligencia con gran capacidad de entendimiento de los acontecimientos y de las cosas para vivir una vida plena y enriquecedora? Claro que no. Necesitamos inteligencias generadoras, inteligencias emprendedoras, sociales, armónicas, ecológicas y entrañables; necesitamos saber ser solidarios, saber amar, saber compartir. Y para todo ello sirve el sistema neuronal que tenemos. Hay que crear caminos de pensamiento nuevos. Tenemos que enseñar a los niños a pensar.

Todo eso lo logramos conectando nuevas neuronas entre sí, y el instrumento es el pensamiento consciente, la incorporación de conocimiento, la administración de datos, el ejercicio psiconeurológico. Relacionando antiguas comprensiones con nuevas informaciones ampliamos esta conectómica e incluso generamos neuronas nuevas y, no tan sólo sabemos más, sino que con mayor sinergia interneuronal fluyen nuevas ideas. La base de la innovación no es otra que la nueva remezcla las informaciones anteriores, vistas con nuevas neuronas, a la que se añaden datos. Cada día sabemos más.  La creatividad es entonces volver a observar lo mismo desde una nueva perspectiva. Un avión que pesa mil quinientas toneladas en reposo no puede sostenerlo el tenue aire, pero a gran velocidad el peso del avión ha disminuído tanto que el tenue aire sí puede sostenerlo. ¿Cuánta inteligencia se necesita para comprender esto? Muy poca cuando alguien te lo explica. Mucha cuando nadie lo sabe ni se lo ha planteado jamás.


Toda inteligencia, toda habilidad, requiere de una base neuronal que la gestione. Cuando esta base neuronal se daña el movimiento, la habilidad, el conocimiento correspondiente se detiene. ¿Es posible recuperarlo? Es posible. Hay que reconstruir, con viejas redes, las funciones de la red neuronal dañada, haciendo que las neuronas sanas se reconecten en nuevas combinaciones y incorporen a sus sistema las funciones de las redes neuronales perdidas. ¿Con qué se puede conseguir? Con la sobreestimulación.


En el año 2012 José Manuel Gil, un madrileño de 45 años, realizó una auténtica proeza neurológica: recuperó a su hijo Luis de 12 años, al 100% y en tiempo récord, de un estado vegetativo. El chico se había clavado por accidente una navaja, justo al lado del corazón. Estuvo clínicamente muerto durante 20 minutos y luego, en el hospital, consiguieron reanimarle y entró en coma. Estaba vivo y su padre, con permiso de los médicos escépticos, elaboró y puso en marcha un programa de recuperación de la conectómica neuronal destinado a hacerle salir del coma primero, y a retomar la actividad neuronal de la consciencia después es decir, del pensamiento. Y como consecuencia, del entendimiento y de la acción.

Dicho y hecho. Sobreestimulación auditiva vigorosa: música a alto volumen (del estilo que le gustaba a Luis), ruidos de todas clase como bocinas, baterías y sirenas; tocarle y acariciarle; conversaciones en voz muy alta y hacerle preguntas; aire comprimido y helado sobre todo el cuerpo; cantarle canciones con un micrófono... y un día empezó a moverse levemente; primero los párpados, la cabeza, los dedos...era obvio que su cerebro comenzaba a activarse. Hasta que otro día, al cabo de un par de semanas, despertó incorporándose sentado en la cama, como si despertara de un largo sueño.

Fue dado de alta pero su condición era lamentable. Tenía que recuperar el habla, la memoria, la capacidad de leer, de mantenerse en pié, de coger objetos y utilizarlos...José Manuel diseñó un programa severísimo de doce horas diarias sobre tres ejes: ejercicio diario muy vigoroso (agarrarle y forzarle a hacer los movimientos repetitivos durante horas y, más adelante ayudarle a correr, a montar en bicicleta, monopatín...), ejercicio neurológico diario (jugar a cartas, a la oca; juegos de ordenador, ajedrez, memory, sumas y restas...) y administración de gran cantidad de compuestos de soporte (vitaminas, minerales, medicinas específicas para la mejora dels cerebro...)

A los cuatro meses y medio de clavarse la navaja, Luis volvió al colegio. No estaba al cien por cien, ni mucho menos, pero su progreso era evidente. En casa, los ejercicios no cesaban. Al año Luis estaba normal y no le había quedado secuelas. Actualmente saca incluso mejores notas que antes; practica el submarinismo, karts, wakeboard... José Manuel ha plasmado el desarrollo de esta experiencia en un libro ("El viaje de Luis", editorial Oberon). Los médicos del hospital de La Paz de Madrid están alucinados.

El cerebro humano es un bioordenador fabuloso con una capacidad de recuperación increíble. Cuando unas redes neurológicas determinadas se dañan (y por tanto las funciones que administran se detienen) otras redes tratan de hacerse cargo de las funciones, y lo consiguen, parcial o totalmente, pero el proceso es lento. Si se sobreestimula el cerebro, en cambio, parece que este proceso se dinamiza y es posible que una nueva conectómica neuronal (a veces incluso con el nacimiento de nuevas neuronas) retome las funciones de las antiguas células neuronales dañadas por, por ejemplo, la falta de riego sanguíneo, en un tiempo récord.

  Así pues, si las conexiones de inteligencia pueden recuperarse , es evidente que con más motivo pueden desarrollarse. Que es exactamente lo que ocurre dentro del cerebro humano cuando una persona no para de imaginar y de aprender.






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