"Ojalá hubiera tenido la valentía de vivir la vida fiel a mí mism@, y no a la vida que otros esperaban de mí."
Según revelaciones de una enfermera especialista en cuidados paliativos de enfermos terminales, este lamento es el más común en boca de personas próximas a la muerte. Otros lamentos corrientes son: "me gustaría haber tenido la valentía de expresar mis sentimientos" y "no entiendo por qué no me permití ser más feliz". Pues sí. Tiene razón. La felicidad es una elección. Y a los que no se atrevieron a mostrar sus sentimientos reales con objeto de, por ejemplo, mantener la paz en una relación o situación, ¿qué les vamos a decir? ¿Puede haber algo más triste que contener sentimientos que se van volviendo opacos y enfermizos, causando todo tipo de desequilibrios síquicos y metabólicos?
Parece ser que las emociones, que son el pariente tierno de los sentimientos, son el nexo armonizante de cuerpo y mente es decir, del ser humano. ¿De dónde salen? ¿Por qué un niñ@ llora cuando nace? El ser humano es un sistema de deseos atemperados por un sistema de temores, y de este equilibrio-desequilibrio emocional resulta la persona que progresa o regresa, que se muestra o se esconde, que brilla o se apaga.
Pensamientos y sentimientos van siempre juntos y se influyen recíprocamente. Por eso, en la medida en que podamos educar las emociones de los niños, estaremos educando su manera de pensar.
¿Cómo educar las emociones? Se trataría canalizarlas, de potenciarlas o de reconducirlas. Nada hará que un niñ@ emocionalmente impulsiv@ deje de serlo, pero sí podemos enseñarle a dosificar su impulsividad para usarla en los momentos oportunos, a veces con toda su potencia, otras atemperada por la civilidad y la cortesía. No podemos olvidar que las emociones son el mecanismo que plantea las metas más elevadas del cerebro. Y tampoco que las emociones negativas pueden plantear un nivel de destrucción síquica aterrador. Según Daniel Goleman, sintetizador del la "inteligencia emocional", ésta abarca cinco competencias básicas:
-el conocimiento de las propias emociones
-la capacidad de controlar estas emociones
-la capacidad de motivarse a sí mism@
-la capacidad de reconocer las emociones ajenas
-el control de las relaciones
Las emociones adecuadas aceleran la toma de decisiones. Los acontecimientos emocionales son recordados para siempre. Las emociones son la fuente esencial de información para el aprendizaje. Y, ¿donde podemos encontrar y cómo podemos educar la inteligencia generadora de emociones?
Dejando a aparte cuestiones genéticas y hereditarias, el motor de esta inteligencia es probable que se encuentre en las creencias. Por eso, desde el punto de vista educativo, lo importante es suscitar creencias adecuadas en los niños. Las creencias se implementan sugiriéndolas de modo repetitivo al educado, y se combinan con las creencias que el educado ya ha adquirido por su propia cuenta. La creencia forma un suelo sólido donde construir emociones impulsoras o buenos hábitos afectivos. Y las emociones impulsoras lanzan primero las expectativas, y luego las ilusiones, y luego la acción y finalmente la realización personal. Es crucial para el educador (o para el auto-educador en el caso de un adulto) tener muy presente que es más fácil adquirir malos que buenos hábitos afectivos. En efecto, y yo no sé si debido a la segunda ley de la termodinámica, que es la entropía, resulta más fácil no hacer nada que hacer algo; más fácil deprimirse que animarse, ser pesimista que optimista, tener miedo que ser valiente, ser inestable emocional que ser estable, ser insociable que ser sociable, ser perezos@ que ser trabajador... las cosas que no se cuidan acaban por caer al suelo, y se necesita una mano afectiva que se tome la molestia ilusionada de emplazarlas y reemplazarlas una y otra vez en su lugar en lo alto. Hay que trabajar por el orden. Sin parar. Arreglando con esfuerzo lo que se desarregla solo. Hay que mimar las emociones afectivas y dejar que se muestren, compartirlas sin miedo. Mostralas sin pudor. Ayudar a los niños a hacerlo. Hay que cuidar las emociones y reconducirlas cuando se deterioran. Las nuestras y las de los niños que educamos. Es la manera que las cosas salgan bien y la energía emocional se distribuya por nuestro entorno social, creando empatía. Los niños también lloran y no pasa nada.
Así que es más que probable que nuestras realizaciones finales estén determinadas por nuestras emociones, y nuestras emociones estén determinadas por nuestras creencias, y veamos lo que sigue aproximadamente hablando:
Ella cree firmemente en el matrimonio por amor; en la familia, los hijos. Él también, pero no tanto.
Él: (nervioso, dubitativo) Te quiero, ¿quieres casarte conmigo?
Ella: (emocionada) Sí, sí que quiero (los ojos se le llenan de lágrimas) (se abrazan)
Él: (contento, pero con un atisbo de inquietud) No llores, todo saldrá bien.
La función de la inteligencia emocional es dirigir el comportamiento.