lunes, 9 de enero de 2012

ENTROPÍAS

LA ENTROPÍA DEL UNIVERSO TIENDE
A INCREMENTARSE EN EL TIEMPO






Parece que la sujeción al tiempo que experimenta nuestro mundo material percute en una evolución que va del puro orden al puro desorden y es conocida como entropía. En efecto, nada material escapa a este destino unidireccional que hace que el bistec que nos comemos se descomponga en nuestro organismo en forma de elementos bioenergéticos asimilados (o eliminados), sin que ya jamás estos componentes puedan volver hacia atrás para formar el antiguo bistec que nos comimos. O que un jarrón de porcelana caiga al suelo y se rompa en mil pedazos sin que jamás éstos pedazos vuelvan a la mesa y recompongan el jarrón otra vez. Es la flecha del tiempo, el sentido en el que van las cosas sin que nadie sepa todavía por qué. Si usted no limpia su casa; si usted no se lava ni se corta el pelo; ni lava su ropa ni arregla su jardín ni repara ni sustituye ni restaura nada, al cabo de un año usted estará infeccios@, su casa repugnante e insalubre, llena de desechos, de insectos, de roedores; al cabo de veinte años será una ruina maloliente y usted será un esqueleto, y al cabo de cincuenta años todo habrá desaparecido. ¿Qué ha producido esta destrucción? La entropía. Una especie de fuerza del mal que hace que todo se desordene.


Es enternecedor constatar como el ser humano se afana perpetuamente en contrarestar en lo posible esta evolutiva dramática e inexorable que no puede detener (aunque sí combatir y retrasar) porque es propia del nivel más denso de la existencia: un nivel inmerso en la cáscara del espacio-tiempo. Inasequible al desaliento, ciego voluntario del final anunciado, el humano irá construyendo cosas como habitáculos confortables y entornos agradables que limpiará y ordenará constantemente. Transformará áreas selváticas en bosques limpios y civilizados, ordenando paisajes, cultivando jardines y huertos.  Reordenará la materia para formar objetos útiles y productivos, decorativos y benéficos tales que libros, bicicletas u ordenadores; desarrollará una ciencia médica que cure males y retrase la aparición y evolución de enfermedades y , en general, repare el cuerpo de sus progresivos achaques aún sabiendo que nada de esto va ser definitivo puesto que, más pronto o más tarde, al final siempre aguardará la misma destrucción. Pero hay vida mientras dura el combate y, aún más, el ser humano es el único animal que desde pequeñ@ es consciente de que habrá una muerte. Y, a pesar de ello, la lucha con la entropía continúa hasta el último minuto de su existencia en la seguridad que los que le suceden seguirán luchando.

Parece que el destino de los humanos consiste en descomponerse individualmente viajando por el espacio en un planeta donde todo se va descomponiendo, en un universo que se está descomponiendo, y luchar para que ello ocurra en el menor grado y en el mayor tiempo posibles. Observando todo esto debía resultarle fácil a Murphy formular su desgraciada ley. ¿Es posible que el sentido de la existencia humana física consista en luchar sin esperanza de victoria? ¿O es precisamente la oportunidad de luchar retrasando el final lo que constituye la victoria?

El cerebro de las personas se encuentra, como cualquier otra cosa, bajo la tiranía entrópica. Según estudios muy recientes publicados en el British Medical Journey, el cerebro empieza a experimentar una disminución de facultades (memoria y razonamiento principalmente), no a partir de los sesenta años como se creía hasta ahora, sino ya a partir de mediados los cuarenta. Mientras la expectativa de vida sigue creciendo, el deterioro natural del cerebro parece comenzar ahora más pronto.

La buena noticia es que el cerebro humano puede combatir la entropía por sus propios medios. Ese maravilloso hardware que todo humano posee es modificable por su propio software, la mente. Activable. Desarrollable. La gimnasia cerebral resultado de un pensamiento permanentemente sistemático, activo, estudioso, positivo, alerta, lleno de proyectos, no sólo impide el deterioro cerebral sino que desarrolla el cerebro, y me atrevo a decir que casi a cualquier edad. No puedo resistirme a mencionar el espectacular caso del físico Stephen Hawking, al que diagnosticaron una enfermedad neurodegenerativa con una esperanza máxima de vida de un par de años. Esto ocurrió hace casi medio siglo, y el señor Hawking acaba de cumplir setenta años lleno de una actividad mental que le ha llevado a ser uno de los científicos más clarividentes de nuestro tiempo. "La gente está fascinada por el contraste entre mis poderes físicos sumamente limitados y la inmensidad del universo con el que trato", dice Hawking. Es cierto. Nada podría ilustrar mejor el enorme poder de la mente humana, capaz en este caso de potenciar el cerebro hasta tan alto grado, al tiempo que mantener con vida el cuerpo paralizado que lo alberga.

La entropía puede ser también negativa. Esto ocurre cuando algo o alguien genera más orden en el sistema que el propio desorden contenido en la entropía. Así que la entropía negativa es algo muy positivo (la negación del mal es el bien). Por ejemplo: es fenomenal que las cosas estén siempre ordenadas y limpias, ¿no es cierto? Pues si se limpia más deprisa que se ensucia se genera un superávit de energía anti-entrópica. La mayor campeona de entropía negativa que yo he conocido y tratado durante años fué la señora Enriqueta la cual, armada con un delantal, una bayeta y un plumero pasó setenta años, de su vida de ochenta y cinco, limpiando y ordenando un mundo de casas familiares, oficinas, hoteles, locales y apartamentos. Verla "hacer" una habitación era un espectáculo colosal. En cuestión de minutos sacaba el polvo, fregaba el baño, cambiaba toallas, aspiraba la moqueta, ventilaba, hacía la cama con osito de adorno y dobladillo en la colcha y, en general, restablecía el antiguo orden perdido por la presencia de huéspedes. Me había cuidado de pequeño mientras limpiaba y arreglaba en casa de mis padres. Me tenía mucho cariño y yo a ella. Ya de muy mayor seguía trabajando en un apartotel al mismo ritmo de siempre. Un día le pregunté de dónde sacaba tanta energía limpiadora:
-Ay, hijo mío -respondió-, yo funciono a base de cafias
(se refería a un medicamento llamado cafiaspirina, que era una aspirina con cafeína, no sé si todavía existe)

Le dedico con mi amor este artículo a la señora Enriqueta porque estoy seguro que, estando ella en el paraíso, habrá allí siempre una garantía total de entropía negativa.







Link : 

grupoelron.org/fisicaastronomia/entropia.htm

















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