El subconsciente es ese nivel de la mente que todo lo grava y archiva, que tiene una capacidad muy superior al disco duro de cualquier ordenador porque resulta que toda la información y vivencias las utiliza y guarda envueltas en un embalaje de sensaciones, sentimientos y emociones perfectamente individualizadas, cuyo resultado es el grado de sensibilidad de la personalidad que las alberga.
Pero justamente este nivel de tanta capacidad es perfectamente irracional, dicho en el sentido más positivo de la palabra. No atiende a razones, no se deja conectar fácilmente, no tiene sentido del humor ni entiende los asertos negativos. Sólo computa. Parece que está conectado a una especie de inteligencia humana colectiva producto del millón de años de evolución del género humano sobre el planeta, o a una especie de memoria histórica, o de conciencia cuántica o de energía vital del universo. Una sabiduría superior que rige de forma global los mecanismos microcósmicos de la materia y del espíritu, sea la mente de un dios, un programa informático de software implementado por seres de un nivel de inteligencia altamente superior o quién sabe qué otra cosa.
La cuestión es gestionar todos los recursos de la mente en el sentido deseado. Hacer que todos apunten en una misma dirección. Crear un ineluctable destino exitoso. Autoprogramando el subconsciente vamos a moldear ciertas zonas del cerebro en las que se van a crear y reforzar redes neurológicas específicas y conexiones sinápticas concretas para la tarea que proyectamos. Es como poner el piloto automático: una vez programado trabajará por su cuenta sin que tengamos que estar pendientes de la dirección. El ejemplo clásico es conducir el coche para volver a casa. La mente puede estar volando por los infinitos, ocupada en mil historias o proyectos o recuerdos, mientras su dueñ@ conduce correctamente hasta casa sin haber sido consciente de los pormenores de la conducción ni de la ruta. Porque su subconsciente tiene el camino programado y no necesita nuevas instrucciones para llegar hasta el fin de manera rápida y eficaz.
Se cuenta que, a los diez años, Rafa Nadal era un gran fan de Agassi, que por aquellos tiempos era ya de los primeros jugadores del ranking. Y pensaba, mientras lo veía jugar en televisión, yo seré un día el número uno, y voy a jugar contra tí y te voy a ganar. Y así fue, exactamente. Poco después Agassi se retiraba y Nadal era el número uno. La fuerza de la convicción, la presencia permanente de la idea en la mente y el trabajo duro programaron su mente en el sentido deseado hasta la meta marcada. Cualquiera puede hacerlo. Sólo hay que determinar el puerto, marcar el rumbo y programar el timón automático. Y luego ponerse ha trabajar, claro. A trabajar de verdad.