LA TIERRA DE HOTU MATUA
Un hombre anciano llamado Juan Cruz Nuku Vavara me refirió un día en la Isla de Pascua que había conocido gente de tribus antiguas que tenían los ojos muy claros y la tez blanca y el pelo rubio. Por eso los Moai tenían entonces los ojos nacarados (igual que la antigua cultura Mochima pre-incaica del Perú). Así lo dijo él:
" Te anata o te mata o te nohona-tuai tanata ritorito
puoko tea; ina he tanata uriuri "
Durante centurias, los habitantes de la tan aislada Rapa-Nui o Te Pito Te Henua creyeron que vivían en un mundo de agua cuya única tierra era su isla (nada raro: actualmente nosotros también creemos que vivimos en un planeta único de un universo único), pero su cultura endogámica sin conexiones exteriores mostraba asimismo todas las peculiaridades de tantas otras culturas de la Tierra y parecía en tantas cosas conectada globalmente a unos mismos sistemas de pensar, de crear rivalidades lúdicas, de confirmar jóvenes, de ritualizar la vida, de adorar dioses, de admirar campeones. Era famosa la carrera anual que coronaba al Tagata Manu (hombre-pájaro). Desde el poblado de Orongo, en la cumbre del volcán Rano Kau, los jóvenes participantes descendían por un acantilado de trescientos metros de altura, se lanzaban al mar, nadaban hasta el islote de Motu Iti ( a unas dos millas de distancia) donde tenían que encontrar uno de los primeros huevos puestos por las gaviotas esa primavera, colocarlo en una pequeña cesta que llevaban atada a la cabeza, nadar de regreso, escalar el acantilado y entregar el huevo intacto al gran jefe de la tribu, descendiente directo del legendario Ariki Hotu Matua. El ganador era designado Hombre-Pájaro por todo el año (con privilegios similares a los de Gran Jefe). Para los demás jóvenes (especialmente los que participaban por primera vez) el ritual simplemente los consagraba o confirmaba como "hombres". Al día siguiente se celebraba al aire libre una gran comilona con participación de toda la tribu en la que se coronaba oficialmente al ganador. A veces, los campeones muy famosos o heroicos quedaban inmortalizados en forma de Moai.
LA TIERRA DE MARC FERRER
Ésta es la Isla de Formentera. Está situada en el archipiélago Balear, a aproximadamente quince mil quilómetros de la Isla de Pascua es decir, al otro lado del mundo. En tardes de verano caldeadas por un sol africano, bajo la sonsonia del canto de las cigarras, el viejo Xumeu Mayans cantaba a veces algunas de sus trobas ancestrales:
Tenc mig porc i un cabridet;
tenc es pí, s'espargol.lera,
una lloca i un pollet:
som l'amo de Formentera
En estos acantilados verticales de La Mola se celebraba desde siglos una competición que servía también para certificar el paso de muchacho a hombre, que era extrañamente similar a la de aquella remota isla del Pacífico: Sa Virotada. El Virot es una clase de gaviota grande, salvaje y agresiva que vive en acantilados inaccesibles y se cobija en las anfractuosidades de la roca; cuevas relativamente pequeñas a menudo con base de arena, que les sirven de refugio y de nido. La cuestión se reducía a capturar unas cuantas. De día resultan inalcanzables porque siempre vuelan en busca de pescado. Durante la noche en cambio suelen permanecer en sus agujeros, aturdidas por el sueño y la oscuridad. Había pues que descender por acantilado en plena noche (mejor con luna), deslizándose en rapel por una cuerda atada a una peña al borde del abismo, con un saco de arpillera colgado a la espalda. Buscar los nidos orientándose por adormilados graznidos. Una vez localizados, y agarrándose a la cuerda con la mano izquierda, había que meter la mano derecha dentro de la cueva, agarrar al primer ejemplar que se tocara y sacarlo hacia a fuera. Es evidente que el Virot ofrecía toda la resistencia que imaginarse pueda: picotazos monstruosos de un pico largo y afilado; arañazos de garras terribles; graznidos y gritos horripilantes acompañados del aletear del pánico... Suspendido precariamente sobre el mar a cien metros de altura, con una mano inutilizada en la cuerda (caerse era muerte segura), sólo existía una forma humana de matarlo para poder meterlo en el saco: un mordisco feroz, una dentellada mortal en la cabeza misma del animal. El campeón (por el mayor número de ejemplares) era instituído como fadrí mejor virotador del año. Si eran novatos quedaban confirmados por el sólo hecho de haber capturado un virot, lo cual admitía tácitamente permiso social a cortejar fadrines. Los sucesivos campeones eran inmortalizados en el imaginario popular con un mote o nombre de guerra de todos conocido.
Esta costumbre se mantuvo intacta hasta bien entrada la segunda mitad del siglo pasado. Pepe Tur, fundador y factótum de la Fonda Pepe de Sant Ferran en 1953 (junto con su mujer Catalina), me había contado algunas aventuras viroteras vividas por él y sus compadres durante su juventud. Recuerdo especialmente divertida la siguiente, contada por él de primera mano en el muro de la Fonda, una cálida noche de Septiembre:
"Lo más interesante era la fiesta que se celebraba para comer los virots capturados. Un día, en Sant Ferran de Ses Roques se había reunido lo mejorcito de la isla. Habían dispuesto una gran mesa en forma de u en la esplanada de Ca na Maria Castelló. Cerca, en grandes cazuelas, se cocían los virots en auténtica xamfaina local. El vino resultó abundante y famoso. La fiesta se prolongó toda la tarde hasta que, bajo los efectos del mosto payés, los virotaires se mostraron menos remisos a contar sus aventuras. De uno en uno cada participante narró las aventuras cada vez que alguien, después de pensarlo mucho, hiciera la pregunta mágica: y tú, fulano, ¿cuántos has agarrado? Y una consternación se apoderó de la audiencia cuando Xicu Mateu de Ca na Pepa d'es Bartolo, el más experimentado campeón cazador de virots de todos los tiempos, después de unos instantes de reflexión, contestó a la pregunta como sigue:
-Yo no he agarrado ninguno.
Se hizo un silencio largo y profundo, hasta que alguien atrevido, preguntó:
-Y, ¿por qué?
-Idò -respondió Xicu-. Porque olvidé la dentadura en casa."
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