LOS OJOS HUMANOS: ANTENAS MARAVILLOSAS DE LAS EMOCIONES
Cuando yo tenía ocho años, mi mejor amigo de la clase perdió a su madre. Esta es la peor tragedia que puede ocurrirle a un niñ@, cuyo carácter va a quedar condicionado el resto de su vida por este hecho. A esta edad, si se pierde el único amor todavía explicitado en forma de besos y caricias, nadie más volverá a besarte y acariciarte de esta forma el resto de la infancia, que es la época en que esta profusión biológica es decisiva para adquirir seguridad en un@ mism@. El mundo aparece entonces en su aspecto más hostil sin que haya cobijo para la pequeña alma infantil. Ni siquiera un padre amante puede sustituir esta función materna. Yo quedé muy impresionado, y sólo imaginarme la posibilidad de que mi madre no estuviera en este mundo hacía que mis ojos se llenaran de lágrimas.
Lo que ocurrió más adelante me dejó perplejo. Aparte de unos pocos que ya lo sabían, mi amigo se mostraba aterrorizado por la posibilidad que otros niños se enteraran que no tenía madre. Todos los niños tenían papá y mamá y él no. Si un niño comentaba algo sobre su propia madre, mi amigo contestaba, ante mi asombro, "pues la mía también". Sentía vergüenza por no tener madre. Porque, desde luego, la sensibilidades de la mayoría de maestros de aquella época al respecto de los posibles sentimientos de los niños era nula, y eso que se trataba de un colegio religioso. Mi amigo se avergonzaba de sus sentimientos. Porque le habían enseñado que como niño no debía lloriquear. Se esperaba de él que se comportara como un hombre(!), es decir: jamás mostrar los sentimientos como hacen las niñas. Eran otros tiempos, y yo también sufrí este síndrome del macho duro durante un cierto tiempo gracias a la estupidez de mis educandos.
Y no crean que las cosas han mejorado tanto en estos tiempos. Al menos yo no conozco ningún colegio donde se enseñe a los niños a compartir sentimientos con los compañeros. Y me refiero a sentimientos de todas clases y especialmente a sentimientos positivos: la alegría, el entusiasmo, el gusto por la vida. Pero naturalmente también las penas, cuando las hay, porque compartidas con tus amigos pesan mucho menos, y porque es una ocasión de presentar a los pequeños las nociones de compasión y solidaridad.
Los sentimientos infantiles son como brotes tiernos de algo que un día será un árbol, y al no estar todavía tocados por los elementos ásperos de la vida, son frágiles y auténticos. Hay que respetarlos, regarlos, mimarlos. Estamos aceptando de manera definitiva que la inteligencia humana es básicamente emocional, ¿no es cierto? ¿Y entonces? Lo primero que tendremos que cultivar son las emociones de nuestros hijos, antes de cualquier otra cosa, antes de cualquier aprendizaje, antes de cualquier contenido informativo.
Siempre he creído, quizás un poco ingenuamente, que los padres tenemos la oportunidad de construir una sociedad mejor para el futuro a través de la educación humanística de nuestros hijos. Pero, y ojalá me equivoque, tengo la impresión que la educación actual, aparte de algo caótica y desorientada, sigue incidiendo más en la información que en el conocimiento. Vuelvan a mirar por favor los ojos emocionados del bebé de la fotografía ante la perspectiva que se le avecina, y díganme si no creen que los sentimientos de los infantes es de lo más importante que nos podemos ocupar como instructores vitales.
Bibliografía:
Educar con inteligencia emocional
Elias, MJ
Tobias, SE
Frielander, BS
Plaza y Janés
Barcelona 2000
Link :
www.psicologia-online.com/monografias/1/infancia_ie.shtml
Lo que ocurrió más adelante me dejó perplejo. Aparte de unos pocos que ya lo sabían, mi amigo se mostraba aterrorizado por la posibilidad que otros niños se enteraran que no tenía madre. Todos los niños tenían papá y mamá y él no. Si un niño comentaba algo sobre su propia madre, mi amigo contestaba, ante mi asombro, "pues la mía también". Sentía vergüenza por no tener madre. Porque, desde luego, la sensibilidades de la mayoría de maestros de aquella época al respecto de los posibles sentimientos de los niños era nula, y eso que se trataba de un colegio religioso. Mi amigo se avergonzaba de sus sentimientos. Porque le habían enseñado que como niño no debía lloriquear. Se esperaba de él que se comportara como un hombre(!), es decir: jamás mostrar los sentimientos como hacen las niñas. Eran otros tiempos, y yo también sufrí este síndrome del macho duro durante un cierto tiempo gracias a la estupidez de mis educandos.
Y no crean que las cosas han mejorado tanto en estos tiempos. Al menos yo no conozco ningún colegio donde se enseñe a los niños a compartir sentimientos con los compañeros. Y me refiero a sentimientos de todas clases y especialmente a sentimientos positivos: la alegría, el entusiasmo, el gusto por la vida. Pero naturalmente también las penas, cuando las hay, porque compartidas con tus amigos pesan mucho menos, y porque es una ocasión de presentar a los pequeños las nociones de compasión y solidaridad.
Los sentimientos infantiles son como brotes tiernos de algo que un día será un árbol, y al no estar todavía tocados por los elementos ásperos de la vida, son frágiles y auténticos. Hay que respetarlos, regarlos, mimarlos. Estamos aceptando de manera definitiva que la inteligencia humana es básicamente emocional, ¿no es cierto? ¿Y entonces? Lo primero que tendremos que cultivar son las emociones de nuestros hijos, antes de cualquier otra cosa, antes de cualquier aprendizaje, antes de cualquier contenido informativo.
Siempre he creído, quizás un poco ingenuamente, que los padres tenemos la oportunidad de construir una sociedad mejor para el futuro a través de la educación humanística de nuestros hijos. Pero, y ojalá me equivoque, tengo la impresión que la educación actual, aparte de algo caótica y desorientada, sigue incidiendo más en la información que en el conocimiento. Vuelvan a mirar por favor los ojos emocionados del bebé de la fotografía ante la perspectiva que se le avecina, y díganme si no creen que los sentimientos de los infantes es de lo más importante que nos podemos ocupar como instructores vitales.
Bibliografía:
Educar con inteligencia emocional
Elias, MJ
Tobias, SE
Frielander, BS
Plaza y Janés
Barcelona 2000
Link :
www.psicologia-online.com/monografias/1/infancia_ie.shtml
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