sábado, 19 de noviembre de 2011

MY TAYLOR IS RICH


    A new language, a new world.



¿SABE CUÁNTOS IDIOMAS SE HABLAN EN EL MUNDO?

Parece una pregunta de concurso televisivo. Nadie lo sabe con exactitud, pero las estimaciones de los profesionales de estas cosas son de entre tres y cinco mil. Sin contar con la infinidad de dialectos de transición, que son los padres y los hijos de las lenguas. Sin contar con las extinguidas. De pequeños, en  colegios religiosos, nos presentaban este hecho como la consecuencia de un castigo divino (La Torre de Babel). Y sin embargo siempre he creído que ha sido la mayor de las bendiciones -divinas o no- de la humanidad. Me explico.

Las manifestaciones realmente tangibles de una identidad cultural son solamente dos: la lengua y la gastronomía, alrededor de las cuales se aglutina un pueblo o nación que aparece ante el mundo como tal. Todas las demás materias son, digamos, derivadas y entremezcladas, como el atuendo, la filosofía o la danza. Y ¿qué mayor regalo divino que la diversidad; qué mayor y maravilloso divertimento colosal puede existir para el desarrollo del pensamiento y de la inteligencia que la enorme sorpresa permanente del descubrimiento de una cultura diferente de la de un@ mism@? Me interesa mucho más lo que nos separa que lo que nos une, dijo ahora no sé quién. Yo opino lo mismo. Quiero enseñarte mi cultura y quiero conocer la tuya, pero por favor no nos unifiquemos porque la unificación es una resta cultural, un poti-poti amorfo, chau-chau de colores, mestizaje de pastelería planetaria. Como en pareja, te quiero mucho, pero tú eres tú y yo soy yo. Estar unido a otros no debe implicar renunciar a lo identitario. Fronteras no, pero diferencias, todas. Está bien ser universal pero no hay que dejarse universalizar. Porque no olvidemos que el sueño final de los gobernantes del mundo es la estúpida unificación de los pueblos para una fácil administración, y disponer así de grandes mercados de consumidores masivos compuestos por ciudadanos indiferentes, escépticos o inconscientes que compren, voten cada cuatro años y no molesten.

La lengua es el auténtico milagro evolutivo de la especie humana. Ver como un niñ@ adquiere la lengua y va incorporando las estructuras lingüísticas a su cerebro ya a partir del primer año, ver como comprende las palabras y reacciona ante ellas, ver como expresa sus sentimientos con pequeñas frases o cómo va aprendiendo a construir sintagmas es asombroso y emocionante. Pero además es decisivo. Es a través del lenguaje que este ser construirá su futuro, comunicará con los demás, desarrollará proyectos, amará y, en general, vivirá la vida. Lengua, cultura y persona son una misma realidad a la que llamamos identidad.

Cada vez que aprendemos una lengua, nos abrimos a un mundo nuevo. Parece que el hipotálamo cerebral crea una sección específica donde las conexiones interneuronales se refuerzan en relación a esta información recibida (es decir, pensada) y al número de veces que esta información ha sido recibida (redundada) a partir de contextos desiguales. Este mecanismo produce la comprensión, la asimilación en la consciencia y su eventual archivo en la subconsciencia. Un auténtico bulto neuronal específico para cada lenguaje. Si el sujeto aprende otro, un nuevo bulto totalmente diferenciado se formará al lado(?) del anterior y así sucesivamente. ¿Hay áreas comunes? Probablemente sí, que se benefician por ejemplo de las estructuras gramaticales y construcciones sintáxicas similares de las lenguas de un mismo grupo. ¿Hay confusiones y mezcla de lenguas? Raramente. La mente tiene bien diferenciados los archivos lingüísticos. Puede que alguna vez se solapen un poco, pero eso es todo.

Constatar este desarrollo en los niños bilingues es una maravilla. Ver como un niñ@ de dos o tres años se expresa (con el vocabulario propio de esta edad) indistintamente en dos lenguas es emocionante. Los niños bilingues van a tener de mayores mucha más facilidad para aprender nuevas lenguas, porque el cerebro tiene ya asumido desde pequeño la variabilidad expresiva. Y no sólo lenguas. El ejercicio mental ha sido el doble del de los niños monolingues, y por tanto su cerebro ha desarrollado más superficie cognitiva. Es como si al armario de la mente se le hubieran puesto más perchas donde colgar  conocimiento. En un reciente estudio de neurólogos canadienses, se concluye entre muchas otras cosas que las personas bilingues tardan cinco años más en desarrollar alzheimer (si lo desarrollan) que las monolingues.

Los niños aprenden lenguas con una facilidad pasmosa por varios motivos. Uno, porque tiene un cerebro limpio que lo captura todo. Dos, porque todas las palabras y expresiones les vienen contextualizadas es decir, oyen el lenguaje, ven la situación, tocan el objeto, huelen los espaguettti y se emocionan positiva o negativamente con la interacción. Tres, porque su sistema de aprendizaje es la imitación sin cuestionarse de los adultos. Y todo el proceso es automático. A partir de los diez, once años, estas habilidades van menguando en favor de un aumento del sentido crítico, de la consciencia, del preguntarse por qué. Hay adultos que conservan bastante bien alguna de estas características y tienen facilidad para las lenguas (sobretodo si parten de dos nativas en lugar de una). Hay otros que resultan sorprendentemente inútiles, a menudo los que tienen como nativo uno solo de los grandes e indiscutibles idiomas mundiales. Y todas estas capacidades/incapacidades lingüísticas tienen curiosamente poca dependencia del nivel de inteligencia o la dotación intelectual del individuo.

¿Quién decide qué es una lengua? El criterio antiguo es que el idioma en cuestión debía acreditar una historia y literatura propias y unas variedades dialectales identificables (de las que había derivado el idioma o hacia las que se estaba encaminando el idioma) para ser declarado como tal. A veces estas constataciones aleatorias  molestaban a algunos políticos y otras gentes a las que les debía parecer más respetable hablar un idioma que un dialecto (personalmente siempre he considerado más interesante pertenecer a una minoría que a una mayoría, pero los que pensamos así somos justamente una minoría) y así se han intentado cosas tan absurdas como inventar o cambiar el nombre de idiomas para adaptarlos a una supuesta comunidad nacional. Pero bien: el idioma o el dialecto es el que es y se llama como se llama, y así vemos como los estadounidenses no tienen ningún reparo en decir que hablan inglés o los austríacos que hablan alemán. Yo creo que el bonito idioma en el que estoy escribiendo esto se llama castellano, aunque veo que muchos prefieren llamarlo español. Por mí, encantado, pero no creo que sea correcto desde el punto de vista lingüístico. De todos modos lo importante no es el nombre sino la vehiculación del pensamiento en un soporte lingüístico-cultural propio y luego ser capaz de transferirlo a un código totalmente distinto como es otra lengua (y vaya aquí mi personal admiración por los traductores simultáneos cuya labor fabulosa es de las menos reconocidas). No hay mejor ejercicio cerebral para mantener despejada y activa la mente que aprender un idioma. Con la gran ventaja que supone ampliar la propia área de comunicación, por ejemplo: si usted aprende inglés podrá comunicarse potencialmente con quinientos millones de nuevas personas (con las que hasta ahora no podía ¿le parece poco?), y se le abrirán las puertas de un universo que era inaccesible para usted: la barrera idiomática ha caído, el Stargate ha funcionado.

El título del presente artículo es la exótica primera frase de un método para aprender inglés de mediados del siglo pasado, donde se veía el dibujo de un perfecto gentleman con un traje impecable haciendo esta afirmación. Posteriormente se hizo famosa  por su carga de intención subliminal sobre trajes, precios y modo de vida inglés. Pasada esta primera sorpresa en clase, el profesor miraba severamente la vestimenta casual y arrugada de los pobres alumnos y preguntaba a uno:

-Is your taylor rich?
-No, he is not -contestaba el alumno, meneando la cabeza, un poco avergonzado.




Recomendaciones:

JOAN COROMINES I VIGNEAUX,   filólogo y etimólogo.
Barcelona, 1905,  Pineda de Mar 1997

Obra:
Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana
Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico
Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana
Onomasticon Cataloniae

link:  http://www.fundaciocoromines.cat/










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