La verdad es que las emociones son para la inteligencia tanto una lanzadera espacial como un charco de fango. Y, entre los dos extremos, una gama infinita de colores emocionales que pueden ser vistos, según dicen, por los que son capaces de visualizar el aura de las personas.
Yo nunca he visto el aura de nadie, pero sí he visto las caras. Y especialmente los ojos, esas maravillosas antenas humanas que no admiten máscaras, donde se pueden leer los pensamientos, donde la comunicación es establecible sin necesidad de palabras. Digo de paso: mi admiración por los grandes actores y actrices de hoy que, obligados por los primerísimos primeros planos, son capaces de expresar sólo con los ojos lo que siente y piensa el personaje que interpretan. Estoy seguro que para lograrlo tienen que autoinstalarse primero la emoción que luego transmitirán efectivamente sus ojos. Son artistas.
Sé por experiencia profesional que no hay mayor motor para los proyectos que la ilusión. Y esto va desde ganar un campeonato mundial deportivo hasta curarse un cáncer. La ilusión refuerza las conexiones interneuronales de un área concreta beneficiosa a la implementación de recursos necesarios para llegar a una meta. O crea un área de habilidad nueva que sirve a este propósito. O las dos cosas. Del mismo modo, las emociones negativas como la envidia o la ira deconstruyen literalmente esa zona si es que la hubiere. Todo esto aparece hoy como bastante claro.
La cuestión ya no está tan clara en ese profuso espacio intermedio donde aparentemente las emociones no deberían estar tan presentes: una reunión profesional, conducir un vehículo, juzgar a un acusado, empujar el columpio de tu hij@, operar una apendicitis o ir de compra al supermercado. Pero la inteligencia es una barca que navega siempre en una mar de emociones, que a veces está revuelta y otras llana, y no puede evadir su quilla del abrazo de las aguas. Para bien y para mal. Por eso yo interpreto personalmente la historia de la humanidad como una sucesión de pequeños progresos y grandes disparates que, juntos, nos han traído hasta aquí. Las emociones envuelven siempre nuestros pensamientos y nuestras acciones y nos hacen impredecibles. Pero claro, tenemos que aprender a dominarlas. O si se quiere a utilizarlas convenientemente. A eso se le llama civilización. Nunca olvidaré a un profesor de la Universidad que nos dió una lección inesperada al respecto. Se estaba debatiendo una cuestión política de hondo calado, y había posiciones muy encontradas. El profesor moderaba el debate. De pronto uno de los alumnos, un poco excitado, vino a decir algo así como "...es que me repatea que se diga que..." El profesor le interrumpió: ¿ha dicho usted que le repatea? El alumno asintió. Pues tenga la bondad de abandonar el aula -conminó el profesor-, aquí venimos a aprender a utilizar la inteligencia, no las vísceras.
Así que la objetividad es imposible. Nadie está tan desconectado de la vida como para ser realmente objetivo. Aunque a veces la subjetividad extrema de algunos sujetos resulte irritante, especialmente porque nadie les enseñó algo que debería ser obligatorio en todos los colegios, como es valorar las cosas no sólo desde un punto de vista sino desde diversos puntos de vista. A propósito de esto, un día me divertí mucho viendo un programa de televisión en el que se debatía sobre el límite de alcoholemia legal para conducir. Se preguntaba: ¿Aprueba usted el actual límite de 0,5 mgs.? Casi todo el mundo lo desaprobaba porque les parecía demasiado bajo. Pues claro, si con un carajillo ya da más de esto..., un par de cervecitas no es nada..., además, yo controlo... Bien, había una señora que opinaba que el límite debía ser 0,0 mgs. Un señor, casi enfurecido, la rebatía, y entonces ella le preguntó: usted circula por una carretera estrecha a 90 por hora y en sentido contrario viene otro coche también a 90 por hora. Hay poco espacio. Usted controla pero, ¿qué límite prefiere para el conductor que viene en sentido contrario? ¿0,5 o 0,0? (el señor dudó) Permítame -continuó la señora-, su hija de cuatro años va de excursión en el autocar del colegio. ¿Qué prefiere para el conductor del autocar? ¿0,5 o 0,0? Total, un carajillo, y además el conductor controla... (el señor enmudeció).
Cualquiera de nuestras opiniones, cualesquiera de los puntos de vista adquiridos por un cerebro humano está teñido de emociones antiguas, subjetividades, egoísmos, sorpresas y acontecimientos que han tenido lugar durante las percepciones y posterior formación de este punto de vista. No es que esté mal que así sea, pero la realidad casi siempre demuestra que cuanto más elevada es la inteligencia menos radical es la opinión. Por eso las personas muy inteligentes no pueden ser políticos. Para acabar no puedo dejar de apuntar una de las subleyes de Murphy, cómicamente acertada según creo. Dice así:
"La sociedad moderna está formada por tres estratos o categorías de individuos según los objetivos y la actuación de cada uno.
Primer estrato : Los que quieren aprender, aprenden.
Segundo estrato : Los que no quieren aprender, son empresarios.
Tercer estrato : Los que no quieren aprender ni ser empresarios hacen las leyes"
Así nos va. Saludos.
links: libros:
www.inteligenciaemocional.org/ Daniel Goleman La inteligencia emocional
www.resumido.com/es/libro.php/190
FEELINGS
No hay comentarios:
Publicar un comentario