Con todos mis respetos para todas las creencias, el caso es que la neurociencia, con los recientes avances en el estudio del cerebro humano, está día a día probando científicamente muchas de las verdades ocultas de las religiones, y muy especialmente las del budismo y sus variedades culturales. De hecho existen dos corrientes morales opuestas: la que pretende que los descubrimientos neurocientíficos son la prueba de la fatuidad de cualquier creencia religiosa o, si se quiere, de la llamada metafísica, y la que opina que justamente lo que antes era creencia ahora está evolucionando paulatinamente a hecho científico debido a esta mayor comprensión de los mecanismos de la mente.
Siempre he pensado que el budismo era más una práctica que una religión, fundamentalmente porque su filosofía no contiene la extensa parafernalia de otras religiones por cuanto a personajes, leyendas, sucesos e historias ejemplarizantes; redenciones y salvaciones; premios y castigos; cielos e infiernos en base a relatos literarios preciosos (en el caso de La Biblia quizá el mejor libro jamás escrito). La mayoría de religiones habla de actitudes morales y resignaciones destinadas principalmente a los estratos menos educados de las sociedades, y más de una vez penosas de asumir por personas de nivel cultural y educacional superior porque no apelan a la razón sino a la fe y al dogma, que son conceptos volátiles de difícil digestión. En el budismo se trata simplemente de aprender a controlar a voluntad los distintos estratos de la mente no consciente, con ejercicios de interiorización, serenidad y meditación, y la idea de conectar el espíritu humano con más altos niveles de sabiduría y conciencia. Muy en la línea del autoformateo del cerebro (ahora confirmado por la neurociencia) a través del pensamiento concentrado y sistematizado.
Según las concepciones budistas y similares, hay un Yo Superior que existe fuera del tiempo y del espacio pero que realiza experiencias dentro del tiempo y del espacio a través de vehículos físicos (cuerpo-almas humanos) constituídos por un Yo Personal (consciente) y un Yo Inferior (subconsciente). Este Yo Personal está tan identificado consigo mismo (no durante la infancia, pero sí a medida que va haciéndose adulto) que termina por ignorar la existencia de los otros Yós. De este modo acaba sintiéndose horriblemente solo, enfrentado al mundo físico hostil, sometido al dolor, al cansancio, a la desgracia. Todavía según la perspectiva budista, este ser humano mentalemente desvalido acaba inventando (u otros lo inventan por él) un dios supremo que es como un padre omnipotente responsable de todo lo que le ocurre. A este ser hay que alabarle para que no se enfade, y rogarle para que conceda dávidas personales o libre de males. Según los budistas no existe tal ser, sino que cada uno de nosotros en nuestro Yo Superior es una pequeña parte interconectada a un Todo que conforma este ente no comprensible en su globalidad, tal como una gota de agua es a un océano o, más modernamente, el software particular es a Internet.
Puede ser así o puede ser de otra manera. Yo no lo sé. Pero sí es cierto que la mente humana posee una cantidad infinita de niveles y de recursos cognitivos, y también es cierto que muchos de ellos parecen extrañamente conectados a una especie de sabiduría universal o conciencia cósmica o herencia genética o como quiera llamársele, que hace que a veces sepamos sin razón a quién amar, qué camino tomar, qué nueva cosa inventar... (teoría del "eureka!"). Esta sería nuestra conexión con el Yo Superior funcionando, o a veces con el Yo Inferior, que es como una grabadora infalible que almacena absolutamente todo lo que ha circulado por nuestra mente. Los accesos a ambos Yós, en el estadio actual de nuestro desarrollo mental como humanos, no resultan demasiado fáciles, a menos que se trabaje positiva y sistemáticamente en practicarlos. La Meditación Trascendental, en este sentido, ha demostrado históricamente su viabilidad, y ahora la está confirmando la neurociencia. ¿Ha llegado el momento de implementarnos una nueva forma de pensar?
Una de las múltiples formas de hacerlo es liberando la mente del Yo Personal y físico con el que se encuentra identificada (atrapada) y tratar de observar sus actuaciones desde una perspectiva exterior (descubrimiento del Yo Observador). Quiero decir: de la misma manera que conduce el coche pero usted no es el coche. Baje del coche, mírelo y pregúntese: ¿hasta dónde voy a llegar contigo?
Este Yo Personal gobernado por la mente puede hacer lo que desee y desde luego muchas cosas a la vez. Y cuando necesite ayuda puede apelar a sus otros Yós. Es un vehículo que le llevará donde usted decida si aprende a conducirlo de la manera correcta. La mente es la conductora.
Y esto me recuerda una entretenida película de Clint Eastwood de 1982 titulada "Firefox" que puede ilustrar divertidamente esta dicotomía "Mente Conductora-Yo Personal Realizador". Eastwood es un comandante americano de aviones de pruebas, que habla ruso, a quien se le encarga la peligrosa misión de infiltrarse en una base soviética de aviones y robar un prototipo de avión de altísima tecnología desarrollado en la Unión Soviética, conocido por los americanos como "Firefox". Después de una serie de aventuras lo consigue, pero es perseguido por un segundo prototipo de avión de idénticas prestaciones. En la escena culminante el segundo avión está a punto de abatirle con un mísil y Eastwood debe disparar el suyo antes. La orden de disparo se da mirando una pequeña pantalla de localización y pensando la orden de disparo y su destino. El comandante piensa las órdenes pero el mísil no obedece. La situación se hace crítica hasta que Eastwood recuerda de repente que está pilotando un avión ruso. Piensa entonces la orden en ruso y el mísil destruye al avión perseguidor. Ojo al dato.
link:
www.youtube.com/watch?v=5XqkEzCXKYQ
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