Cuando yo vivía en Escandinavia, organizábamos cursos de entrenamiento mental para grupos en algunas empresas importantes, destinados a motivar al personal en general, y a generar nuevos proyectos en áreas de I+D en particular.
Recuerdo una ocasión en que, con motivo de unos cursos organizados en una empresa de mil quinientos trabajadores en las afueras de Estocolmo, salíamos del centro de la ciudad todas las mañanas, a las siete, mi colaborador sueco y yo, en su flamante Volvo de la época. El curso empezaba a las ocho, con el horario laboral de la empresa. Pero a las siete y media ya estábamos en el aparcamiento y me llamó la atención, al tercer día, que mi amigo siempre aparcara lo más lejos posible de la puerta principal (habiendo una inmensidad de sitio porque todavía era temprano). Además, esto hacía que tuviéramos que andar un buen trecho en la mañanita fresquita. Le pregunté por qué lo hacía.
-Bien -respondió-, tenemos que dejar espacio para aparcar cerca a los que llegan con el tiempo justo.
Al principio creí que bromeaba. Pero lo decía completamente en serio. Me dio la explicación:
-En Suecia hay mucha gente que llega antes al trabajo y así tiene tiempo de tomar café, hojear el periódico o charlar con los compañeros. Los que tenemos esta costumbre ocupamos las zonas más lejanas del Parking y de paso nos echamos un estupendo paseo matutino. Así, otros compañeros apurados que tienen niños o simplemente han dormido más de la cuenta encuentran sitio cerca y pueden llegar a tiempo. Y recuerda que, además, mañana el apurado puedes ser tú.
Esta estupenda lección de civismo me hizo reflexionar mucho. De hecho, me gustó tanto que creo inventé una palabra que es civilidad (¿existe?), que vendría a representar para mí una especie de sublimación del civismo. A partir de entonces empecé a observar y anotar manifestaciones de este tipo. Me encontraba en algunos de los países más propicios para eso. El civismo -la civilidad- se enseña en casa y en la escuela.
-¿Qué es civismo? -le pregunté un día a un niño en Dinamarca. Y me contestó:
-Respetar las cosas
-Respetar las plantas
-Respetar los animales
-Respetar las personas
-Respetar la sociedad
Vaya programa, ¿verdad? Pues no era tan difícil, según este niño, porque "una vez se aprende a respetar algo, se aprende a respetar todo lo demás".
No puedo resistirme a contar otra perla de mi "archivo de civilidad":
Mulleruphavn, un pequeño puerto deportivo (capacidad para 50 barcos) en la costa oeste de Selandia, en Dinamarca. Llegas allí navegando, amarras, te diriges a Capitanía. Es una casita de madera de 6 x 4 mts. y está cerrada. Hay un buzón y un letrero en la puerta que dice:
"Bienvenido. Por favor, multiplica la eslora de tu barco por 30 coronas y
por el número de días que has estado amarrado y deposita en un sobre la
suma resultante de dinero. No olvides escribir en el sobre el nombre y
la matrícula del barco y echarlo al buzón. Si tienes algún problema llama al
móvil tal y tal. Feliz estancia."
¿Civismo ficción? Cualquiera puede comprobarlo aún el día de hoy mismo.
Las actitudes se aprenden de pequeñ@ y duran toda la vida. Pero nunca es tarde para el cerebro humano.
Tirar papeles al suelo, dejar colillas de cigarrillos en la arena de la playa, molestar con ruidos a los vecinos por la noche, contaminar la naturaleza con desperdicios, llevar sucio el tubo de escape del coche, circular por encima del límite de velocidad, dejar deposiciones de perros en la acera, empujar, gritar o insultar a los demás...son actuaciones incívicas. La mente puede modificarlas y sustituirlas por respeto.
Es que somos siete mil millones de personas en el mundo. Dentro de unos pocos años seremos ocho mil millones. Hay una necesidad imperiosa de enseñar civismo a nuestro hij@: es mucho más importante que tantos contenidos de los actuales planes de estudios. Si tú respetas serás respetad@. Volver a enseñar esa cortesía, gentileza, solidaridad que hacen que la vida de todos sea más confortable. No hagan caso a los que dicen que no está de moda: lo que sí va a tener que estar de moda es la conciencia social. El civismo es la base de la convivencia. El ser humano es un ser social. Su aprendizaje, sus sentimientos, sus trabajos y sus ocios son convivenciales.
Es que si no les enseñamos a respetar ahora que son pequeños, nuestros niños van a encontrarse de mayores en una sociedad inhabitable. Y van a pasarlo mal. Hay tiempo. Pero tenemos que empezar ya.
-Papá, mira qué flor tan bonita, voy a arrancarla y se la regalo a mamá.
-No, trae a mamá aquí y se la ofreces sin arrancarla.
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